lunes, 2 de abril de 2007

El cofre secreto de la comunidad del trébol

Año 2057. Buenos Aires, Argentina.

En el cementerio de la Chacarita el sol raja la tierra. A escasos metros de las parcelas donde las almas descansan bajo la tierra, el emperador Máximo Menem, hijo de uno de los responsables en terminar con la democracia en el país, altera el orden en la calle con el paso rítmico de su guardia pretoriana. Sobre la avenida Corrientes empieza el desfile por el triunfo en la batalla de Colón, clave en el avance contra el enemigo.

Igualmente, gracias a los adelantos en construcción de los últimos años, los ruidos externos no pueden traspasar las gruesas paredes de la necrópolis. En el camposanto el silencio se erige como único dueño y sólo es interrumpido por gritos que erizan la piel y ruidos de cajones que se abren. Justamente frente a uno de esos ataúdes se encuentran Gonzalo y Micaela. Hijo y madre tienen que reconocer el cadáver de Ariel Pérez, abuelo de uno y padre de la otra. Diez años antes murió atacado por un animal en el campo, en una situación poco clara. Hoy, el cuerpo sigue intacto.

El operador del robot que abre los cajones toma la tapa con una pinza y la introduce en el horno, que a una temperatura infernal quema en segundos todo lo que entra por su amenazante boca. Con una voz mecánica mimetizada con sus compañeros de metal, el empleado del cementerio pregunta si se quieren despedir del familiar.

Micaela niega con la cabeza, pero con sus 18 años a cuestas Gonzalo se tienta y se acerca a ver a su querido abuelo. Mientras una lágrima rueda por su mejilla, el recuerdo se adueña de sus pensamientos. Pese a que el cuerpo está frío, la imagen de la persona que lo ayudó a dar sus primeros pasos, le enseñó a andar en bicicleta y lo acompañó siempre hasta la puerta del colegio genera un aura cálida y familiar. La mirada recorre todo el cuerpo una vez más, por última vez. Los ojos vuelven a fijarse en el tobillo, en ese trébol de cuatro hojas con un símbolo chino que parece brillar.

- Vení corazón, ya está .

- Si ma, no te hagas drama. Quería verlo una vez más. Lo extraño mucho.

- Te entiendo, pero ahora dejá que el hombre siga trabajando.

Apenas termina la frase, Micaela pega la vuelta y encara hacia la puerta. No quiere ver como llevan el cuerpo de su padre a las llamas. Gonzalo no puede con su genio y retrocede sólo dos pasos. La glacial garra de la máquina toma el cajón con fuerza. En el tambaleo, un pequeño y extraño cofre de plomo cae al suelo. Antes que otro invernal garfio llegue a tomarlo, Gonzalo se abalanza sobre él y lo esconde en su campera.

Minutos después, mientras su madre espera que le den la caja con las cenizas del abuelo, Gonzalo se excusa para ir al baño. Los genes de la curiosidad, el olfato periodístico y el gusto por grandes investigadores como Enrique Sdrech, todo heredado de su abuelo, hacen que ni se fije en el sucio inodoro. Se sienta, saca el cofre de la campera y lo examina. Una serie de letras sin sentido escritas en el frente le llaman la atención, pero después de intentar descubrir su significado durante unos minutos orienta todas sus fuerzas a abrirlo. Luego del quinto intento, se resigna y lo golpea contra la pared. Un agujero en el cemento, y el cofre, intacto.

Abatido, se para y sale del pequeño cubículo con olor hediondo. Apoya el pequeño arcón junto a la pileta para lavarse las manos y descubre, por casualidad, algo que no puede creer. En el reflejo del espejo, esas letras que parecían no tener significado empiezan a tomar sentido. Con los ojos brillosos puede llegar a leer una extraña frase: “La llave que abre este cofre está en poder de un integrante de la comunidad del trébol”.

Arthur Conan Doyle y Sherlock Holmes, Agatha Christie y el inspector Poirot, Sdrech y la justicia argentina. Esas y otras miles de historias de suspenso e investigaciones se le vienen a la cabeza. Toma el cofre, lo vuelve a guardar con una gran sonrisa en la cara y va con su madre.

Ya con las cenizas de Ariel en un diminuto arcón, madre e hijo se dirigen hacia la entrada por un sendero que zigzaguea entre las tumbas. Haciéndose el distraído, Gonzalo le pregunta a Micaela quién fue el encargado de sellar el ataúd diez años antes.

- Ma, a mí me hubiera gustado estar cuando cerraban el cajón del abuelo para que no se sienta solo, pero no me dejaron porque era muy chico. ¿Alguien lo acompañó en ese momento?

- No me acuerdo, imaginate que en el velatorio yo no estaba muy bien. Pero no te preocupes, creo que cuando lo cerraron, doce amigos de él dijeron que tenían una promesa y lo rodearon para despedirlo.

Gonzalo sonríe de nuevo y una luz que parece venir desde el cielo ilumina su mirada. Ya tiene la punta del ovillo para comenzar a investigar la historia de su vida.

Estimados amigos:

Hoy empecé a transcribir el libro. En mi oscura y fría habitación la soledad es desoladora. Ser invisible para la gente que quiero me está carcomiendo el cerebro. No soporto más el estado en el que me encuentro.

Sería ideal poder escribir todo el relato de una sola vez para terminar con esto, pero el libro no me lo permite. Apenas finalizo cada frase, una brisa fría recorre el ambiente y las letras desaparecen por arte de magia.

Creo que nuestros caminos ya se cruzaron y ahora hemos de transitarlo juntos.

Filippo

domingo, 1 de abril de 2007

Una historia real que todavía no ocurrió...

Esto no es un blog, no es una novela, no es un cuento fantástico. Esta es una historia real, pero que todavía no ocurrió. Es una historia que llegó a mis manos una noche de locura. Una historia que creí ficción hasta que empezó a modificar mi vida.

Cuando ese viejo loco y borracho que habla de mercenarios en la esquina de Puan y Pedro Goyena desapareció después de darme el paquete atribuí el hecho fantástico a todo lo que había consumido esa noche. Pero cuando desperté al otro día y vi el bulto en el piso no me animé a abrirlo.

Luego de unas horas, y con un poco de alcohol encima, rompí el papel madera que hacía de envoltorio y descubrí un libro totalmente extraño. Las hojas estaban hechas de un material que nunca pude reconocer y las palabras desaparecían a medida que las iba leyendo. Lo terminé en un día y lo guardé en la biblioteca, con algo de miedo.

En ese preciso momento que lo oculté del mundo real entre revistas pornográficas, libros de cultivo y hojas de canabbis una extraña sensación me recorrió la espalda. Desde ese día, la gente me empezó a ignorar.

Al principio pensé que sólo me evitaban, pero con el tiempo noté que no era eso: realmente no me veían. Desaparecí de los registros, de la memoria de mis conocidos, de la vida. Creí que me estaba volviendo loco, pero no. Los días me pasaban por delante como una película de mala calidad y yo no entendía nada, como si la misma estuviera en un idioma desconocido y sin subtitulado.

Me había convertido en un fantasma que peleaba contra el viento. Nadie me escuchaba, nadie me sentía, nadie me miraba. No tenía una razón determinada, pero atribuí todo lo que estaba viviendo a ese maldito libro. Junté fuerzas, fui hasta la biblioteca y lo agarré de nuevo. Cuando lo volví a abrir, la primera página había cambiado. Con un verde raro que parecía pintura estaba escrita una sola frase: “Los protagonistas de esta historia están vivos y tienen que conocerla. Volverás a la normalidad cuando se enteren. Sos el elegido”. Ese mismo escalofrío que me había helado cuando lo guardé me volvió a invadir. Busqué a ese grupo de amigos por aire y tierra hasta que los encontré. Hoy, muchos de ellos me pueden ver. Otros me escuchan y algunos hasta hablaron conmigo. Pero cuando vi que ya estaban empezando a escribir la historia que había leído, no me animé a contarles nada.

Decidí que transcribir lo que tengo en mis manos sería lo mejor. Acá va su historia, que ahora también es mía. Por otra extraña razón, sólo puedo avanzar en el desarrollo los lunes, una vez por semana. Pero les pido que lo lean. No sólo porque les va a interesar porque habla de ustedes. Sino también porque de esa manera me ayudan a volver a ser un joven normal. Me necesitan y los necesito.

Sin más para decir, me despido con cariño.

Filippo, su amigo invisible

PD: Mañana, lunes 2 de abril, se comenzará a desvelar esta historia que aún no ocurrió, pero ya está escrita...