lunes, 16 de abril de 2007

Muchas preguntas, pocas respuestas y un personaje siniestro

Pese a que faltan pocos días para que empiece el verano, la consistente garúa nubla la vista de los contados transeúntes que aún caminan por el barrio de Caballito. En la esquina de Francisco Bilbao y Malvinas Argentinas, Gonzalo aprovecha el enrarecido clima para darle las últimas directivas a Maxi I y Maxi II, dos clones defectuosos que salieron del sótano de la clínica Santa Isabel. En esa cripta secreta se engendran todos los oficiales de la “Policía Máxima”, guardia sigilosa que se encarga de borrar a todos los detractores del Emperador Máximo Menem. Al igual que sus costosas copias de laboratorio, los hermanos de probeta contratados por Gonzalo miden casi dos metros y superan los 150 kilos, el físico ideal para reprimir. Pero a diferencia de sus duplicados, ellos nos están completos. Antes de ver la luz artificial, la computadora que hacía de cordón umbilicial transifiriendo sus datos caducó por una falla energética de la compañía de Electricidad y varias neuronas quedaron en el camino. Al no contar con esos genes de violencia tan necesarios para formar parte del escuadrón de seguridad encubierto, los cirujanos informáticos los liberaron y desde ese momento se ganan la vida haciendo changas por la zona. Justamente uno de esos trabajos temporarios es el que están realizando para Gonzalo, que los empleó para conseguir el anillo con forma de trébol que siempre lleva el Tío Fer.

- Lo único que tienen que hacer es sacarle el anillo, no lo lastimen. El está grande y es petiso, aprovéchense de eso. Pero también acuérdense de que si le pasa algo, no hay guita -dice Gonzalo, antes de emprender la retirada hacia el punto de encuentro pautado.

Con los ojos achinados, las paletas separadas, la mirada esquiva y las manos en los bolsillos, los dos gigantes con cerebro de barro esperan a que Fernando salga del trabajo sentados en el cordón de la vereda. Cuando el diminuto anciano cierra el portón automático de la panadrería y encara hacia Directorio, los dos Goliat se paran y caminan hacia él ávidamente. El septuagenario practica una finta lenta, que no denota ningún temor, pero sus atacantes se abalanzan sobre él con una agilidad sorprendente y lo empujan contra la pared. Hay un leve forcejeo y Maxi II recibe una trompada que tiene sus raíces en el pasado boxístico del tío, pero su baja estatura le juega una mala pasada y el otro lo toma fuertemente del brazo y le quita el anillo. Se escucha un golpe seco y antes de que el personal de seguridad de “Covelli – Guzzini” note el asalto a su jefe, los dos colosos corren por Malvinas para encontrarse con Gonzalo. La llave que no lo dejaba entrar al secreto de la Comunidad del Trébol ya está en su poder.

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- Yo te dije que tenían que guardar ese anillo en el banco. Siempre lo mismo, vos, tu sentimentalismo y tus caprichos. Ahora espero que no pase nada –le escupe Leonardo a su hermano Fer.
- Antes de morir, Ariel me dio el anillo para que cuide su secreto y yo no voy a depositarlo en nadie que trabaje en esos lugares donde cagaron tanto a la gente. Además, ya pasaron 10 años y no hay ninguna novedad del otro, yo creo que no nos tenemos que esconder más –responde a los gritos Fernando.
-Basta de nostalgia y boludeces. Después de que nos empezaron a perseguir, dijimos de no vernos más y aparentando eso nos fue bien. Pero cuando Ariel empezó a averiguar sobre la persona que nos seguía, apareció muerto. Yo también extraño jutnarnos todos juntos más seguido y en cualquier lugar, pero no quiero poner en riesgo la vida de nadie más. Por lo que me contaste de Gonzalo, si esa llave llega a él y abre el cofre, todo va a volver a empezar.
- A esos dos grandotes que me robaron los conozco y seguro que Gonza también. Te puedo asegurar que él tiene algo que ver. La rueda empezó a girar nuevamente.

Gonzalo entra a la panadería unos minutos antes de que empieze esta conversación para preguntarle al Tío Fer como estaba, pero cuando escucha esos gritos desde el departamento legal de la empresa opta por hacer notar su presencia. Cautelosamente pega la vuelta y le dice al guardia de seguridad que prefiere no visitar a Fernando porque está en una reunión. Al cruzar el umbral de entrada, toca el anillo que tiene en el bolsillo. ¿Tendrá ese cofre la respuesta a todas las preguntas que revuelven su mente? ¿Por qué esas personas que eran tan amigas se dejaron de ver antes de la muerte de su abuelo? ¿Realmente se dejaron de ver o se están ocultando? ¿Qué se esconde detrás de todo esto? ¿Quién es ese otro que los estaba persiguiendo? Acariciando el trébol metálico que sostiene entre sus manos, Gonzalo se dirige a su casa revelar el misterio. El engranaje que dejó de funcionar diez años antes se está por volver a activar. Mientras tanto, en su oscura habitación ese sombrío personaje del que hablaban Fernando y Leonardo sigue alerta esperando alguna señal de los integrantes de la Comunidad.