lunes, 9 de abril de 2007

Trastornos de sueño, el tío y el anillo

Gonzalo nunca tuvo problemas con el sueño. Es más, gracias a sus genes españoles tiene una rara adicción a las siestas y un dormir más que pesado. Sólo en dos oportunidades no pudo pegar un ojo en toda la noche. La primera vez fue cuando estaba en tercer grado y le avisaron que su abuelo había muerto. La otra, cuando su noviecita de la secundaria lo dejó.

Pero no poder conciliar el sueño durante tres días seguidos es algo que nunca le había pasado. Desde el preciso momento en el que ese cofre cayó del ataúd de su abuelo, los pensamientos sobrevuelan constantemente en su mente y no lo dejan descansar. La Comunidad del Trébol, la amistad, sociedades misteriosas, grupos esotéricos, ritos de iniciación, símbolos secretos y marcas de fuego van y vienen por su cabeza sin darle respiro.

En la búsqueda de información ya exploró cada rincón de su casa y sólo le queda el escritorio donde su antecesor pasaba las horas escribiendo. No entiende por qué su madre se niega a darle la llave, pero en minutos ella se va a la cena de fin de año de la escuela donde dicta clases de literatura y le queda libre el camino. Aunque el cuarto del tercer piso permanezca cerrado, la puerta de la investigación estará abierta durante algunas horas.

Apenas escucha el portón de calle, Gonzalo deja su Play Station holográfica, se para de un salto y se dirige hacia el garage, donde está la caja de herramientas. A falta de llave, una ganzúa es la mejor opción. Las películas de espionaje y los libros sobre la lid silenciosa entre EE.UU. y Europa después de la tercera Guerra Mundial fueron los profesores ideales a la hora de franquear puertas sin acceso.

Cric cric, nada. Cric cric y nada otra vez. Cric Cric y…sí. Luego de dos intentos fallidos, la puerta se abre con un chillido sumiso. Con los ojos vidriosos por los recuerdos que quieren salir, Gonzalo entra mansamente a la habitación y cierra el pórtico. Las telas de araña se reparten uniformemente por paredes, libros y muebles. El contacto de la electrizante lámpara con el frío espacio engendra una humedad desoladora, pero Gonzalo sigue firme en su propósito. La vieja Compaq Presario del abuelo se niega a ser encendida. Casi en penumbras revisa los libros y no encuentra nada. Inspecciona el escritorio y obtiene el mismo resultado.

Luego de husmear durante casi una hora por los cajones, abre el armario que está lleno de ropa. Entre viejos pilotos y zapatos de charol vislumbra un antiquísimo arcón. Lo toma dócilmente con las manijas, lo apoya en el piso, presiona un botón y el cofre se abre sutilmente. El corazón se vuelve a acelerar y Gonzalo empieza a fisgonear. Durante un largo rato busca entre notas de Clarín y revistas, pero no encuentra nada sobre esa fraternidad del trébol.

Una frenética frenada del auto de su madre, que como herencia familiar tampoco sabe manejar, lo despierta del trance en el que estaba tan concentrado. Arroja los papeles dentro del arcón y un viejo sobre sellado con un trébol de cuatro hojas le llama la atención. Al abrirlo se encuentra con una foto a todo color en un playa semi desierta. En el centro de la imagen se ve claramente a su abuelo junto a otros doce jóvenes. Cuando la estaba inspeccionando, los pasos de su madre suenan fuertes en el piso de abajo. Con el vértigo que genera la posibilidad de ser descubierto, acomoda el placard a toda velocidad, cierra la habitación y corre hacia su cuarto con el documento conquistado.

Después de saludar a Micaela, se acuesta a dormir, pero se le hace imposible otra vez. Volando entre fantasmas del pasado y promesas de amistad, mira con detenimiento a los acompañantes de su abuelo y encuentra entre las figuras a su tío, el próximo eslabón de la cadena que está armando.

--------------------------------------------------------------------------------------

En la panadería de la calle Malvinas la tecnología domina la escena. Una garra de madera amasa la harina, dos operarios manejan la fraccionadora de paquetes y otro se encarga de dirigir la cinta que entra a un gigantesco horno con galletas y grisines sin hornear. Desde hace algunos años, “Covelli – Guzzini” avanza sobre ruedas y alimenta a varias familias. En un entrepiso se encuentra la oficina del encargado de la empresa familiar, que dirige toda la fabricación desde allí.

Antes de que Gonzalo termine de subir todos los escalones de la pequeña escalera, la puerta del gabinete se abre y un anciano calvo que recuerda a los míticos gnomos por su muy baja estatura y su larga barba lanza una carcajada.

- ¿Cómo andas Gonza? Hace tiempo que no venías a visitar al tío, ¿Querés ir de joda?

- ¡¡No cambiás más tío!! No te vine a visitar seguido porque estaba terminando con el colegio, pero ahora que me recibí me vas a ver más seguido. ¿Tenés unos minutos?

- Para vos lo que quieras –dice Fernando, antes de abrazarlo y hacer que Gonzalo entre a su despacho.

Luego de compartir varios vasos de Coca (es una adicción que Fernando nunca pudo dejar, aunque la prohibieran por producir efectos alucinógenos), Gonzalo desvía la charla buscando la información que fue a buscar:

- En el ataúd del abuelo encontré un cofre raro, con una frase aún más extraña que dice que la llave la tiene alguien de la “Comunidad del Trébol”. La cerradura tiene forma de trébol, pero ayer estuve buscando en casa algo relacionado y sólo encontré una foto en la que aparecés vos y otros amigos. Me suena a que hay algo escondido y se me ocurrió preguntarte porque tenés en el brazo el mismo tatuaje del abuelo, del cofre y del sobre. ¿Vos sabés algo tío?

Mientras Gonzalo habla, Fernando pierde color y su rostro empalidece. Con su mano derecha se frota el brazo izquierdo, como si estuviera tratando de ocultar algo. Evadiendo la mirada de su querido sobrino, se para tranquilamente y le dice que no sabe nada. Antes de que el joven vuelva a preguntar, encara hacia él, lo toma del brazo y le pide que se vaya porque tiene muchas cosas que hacer. Decepcionado y desesperado, Gonzalo se para con violencia. Su vaso cae y, gentilmente, Fernando se agacha para juntar los vidrios. Cuando el joven se acerca para ayudarlo, ve en la mano del tío un gran anillo con forma de trébol.

Gonzalo le pide disculpas y parte para su casa. Luego de cuatro noches en vela, se duerme con una gran sonrisa: ya sabe donde está la llave que le permitirá acceder al cofre secreto de su abuelo. El ovillo está empezando a ceder.