lunes, 21 de mayo de 2007

Dos sorpresas y una cotorra muerta

Después de la entrevista con Leandro, las certezas siguen escaseando y las dudas se visten de negro opacando todos los pensamientos de Gonzalo. Sólo sabe que hay otro cofre como el de su abuelo porque vio uno igual en medio del desorden de la casa del anciano, pero la intuición periodística que heredó le dice que todos los integrantes tienen uno similar. Preguntas sin respuestas, acertijos sin solución y enigmas sin dictamen. Con la vista disipada en las alturas de su oscura habitación, Gonzalo se pierde en la humedad del techo, que dibuja extrañas figuras formando un rompecabezas. El sabe que allí no encontrará las piezas que le faltan para armar el suyo, pero no advierte como debe seguir. Con tranquilidad, toma lápiz y papel y esparce sobre la mesa un montón de palabras gastadas sobre los pequeños avances de su investigación.

Cuando era más chico, su abuelo siempre lo hacía jugar a la búsqueda del tesoro y para encontrar el premio final le había enseñado a analizar todas las pistas que tenía. Pero en esta oportunidad, la delgada línea roja que separa el juego de la realidad se está desdibujando y él no sabe si angustiarse o disfrutar. Ahora la gran recompensa es descubrir una parte secreta de la vida del héroe de su infancia. La frase “Carpe Diem”, que tantas veces había escuchado de la boca de Ariel, vuelve a retumbar en sus oídos como un signo de exclamación y Gonzalo se puede concentrar nuevamente en ese mundo de fantasía tan real para buscar la verdad.

Con letra incomprensible y desprolija escribe en una hoja todo la información que tiene. Sabe que detrás de la muerte de su abuelo hay algo oculto y allí aparacen sus ancianos amigos, que esos amigos se dejaron de juntar cotidianamente por peligro a alguien, que ese alguien amenaza a los integrantes de la comunidad y que esos integrantes fueron los que despositaron el cofre en el ataúd de su abuelo, cofre que seguramente tengan todos esos integrantes. El círculo vicioso empieza y termina con los mismos nombres y antes de seguir averiguando, Gonzalo decide volver a lo de Vitale, que le pareció el más indicado para ayudarlo a desenredar el ovillo de esta historia.

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En el estudio principal de Clooney Producciones las luces pintan su labios de neón dejando distintos matices en todo el ambiente. El pequeño punto rojo sobre las cámaras indican que la escena de “Los ingenieros de la cama redonda” está en pleno desarrollo y Gonzalo puede vislumbrar a la gorda Lola entre los faroles de iluminación. Al acercarse, el joven distingue en el acompañante de la actriz porno una larga melena blanca que le parece conocida. Y cuando la hija del director de la productora lanza un gemido de placer que enmudece todos los rincones del estudio, Gonzalo ve en el reflejo del espejo una imagen familiar: el anciano que había visitado en la verdulería no era otro que “Manguera”, la máxima estrella porno internacional de las últimas décadas, que a los 70 años le seguía haciendo honor a su apodo. La duda sobre la subsistencia de Rodrigo en la verdulería ya se disipó.

Cuando la escena termina, el actor toma la cerveza que había junto a la cámara y se retira a su camarín privado sin saludar a nadie. Gonzalo pide hablar con él, pero los travestis de seguridad que lo habían echado la oportunidad anterior franquean la entrada y decide ir directamente al encuentro de Vitale. Sin golpear la puerta ni hacer eco de su llegada, abre el camarín del productor ingeniero y se encuentra con otra extraña imagen. Con un cigarrillo en la boca y un vaso de Frizee en la mano, Vitale está disfrutando como una “anciana” lo apantalla. Al verlo entrar, el septoagenario trata de correr con cuidado al transformista, pero en el intento el travesti se da vuelta y deja ver las facciones de su cara de muñeco. Gonzalo se lleva la segunda gran sorpresa del día y descubre que ese rostro que le había resultado conocido la vez anterior es de otro viejo amigo de su abuelo: Patricio. Por lo que tenía entendido de los comentarios en la familia, Rodríguez era gerente de una exitosa fábrica de aceros. Pero la realidad le vuelve a decir que las apariencias engañan y parece ser que Rodrigo no era el único que ocultaba su doble personalidad.

- Augier, si querés andá. Después te llamo para juntarnos –le dice Vita a su amigo, que se va lanzando una furiosa mirada a Gonzalo. –Ahora pibe, decime que hacés acá de nuevo.

- Disculpe señor, pero estoy averiguando que le pasó al abuelo y ya sé que no murió accidentalmente. Hablé con varios integrantes de la comunidad y me dijeron que alguien lo mató, vine para saber qué es lo que verdaderamente le pasó aquella tarde en la pradera. Y también quiero que me muestres el cofre que tienen todos –miente con seguridad Gonzalo, sin dejar lugar a dudas.

- Ehhh…. No quiero hablar más de esto. Sólo te digo que sí, que tenemos un enemigo y que creemos que tu abuelo no murió en un accidente. Ese enemigo lo mató cuando empezó a investigar la razón del fracaso de los exitosos proyectos de la comunidad, pero ahora no queremos más muertos, por favor cuidate. Por el cariño que le teníamos a tu abuelo no queremos que te pase nada y si te encuentra a vos no va a dudar en seguir con su venganza…Nunca voy a entender cómo esa simple joda lo pudo marcar tanto.–comenta el productor, con los ojos llenos de lágrimas.- Ahora, no te voy a maltratar ni nada, pero la seguridad te va a sacar y de ahora en más te prohibo la entrada.

Con los ojos irradiando rabia, Gonzalo trata de abalanzarse sobre Vitale, pero antes de llegar a su esbelta figura dos travestis lo toman sutilmente de la ropa y lo arrastran hacia afuera. Antes de que se cierre la entrada del camarín, el productor lo mira con preocupación. Segundos después, saca su celular y envía un mensaje codificado a tres integrantes de la comunidad. “En el lugar de siempre, a la hora de siempre”. Parte de la cofradía del Trébol se reunirá.

El ovillo se está enroscando peligrosamente otra vez.

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La sucia y desprolija imagen de la cotorra infectada de Leandro pronosticaba que el ave no podría llegar a la casa de Ariel, su primer destino. Desde que en 2019 los teléfonos móviles remplazaron a las líneas fijas, Bisso no se pudo adaptar y adoptó al pájaro que le habían regalado como canal de comunicación. Y aunque su amigo había muerto hace más de diez años, el despistado anciano olvidó cambiar la ruta de viaje del pájaro, que siempre empezaba la recorrida mensajera por allí

En contra de las especlaciones del fracaso de su misión, el pequeño pájaro esquiva con un vuelo dispar y desorganizado las grises nubes de contaminación de Buenos Aires y logra llegar a la vieja morada de Parque Chacabuco. La filosofía de la calle dice que la inteligencia no es una característica habitual en esta especie y la paloma mensajera lo rectifica cuando deja el mensaje cerca de la ventana y se queda descansando ahí, a pocos centímetros del piso.

Un auto gris con vidrios polarizados que estaba estacionado frente a la casa se abre y de allí se baja una extraña figura con sobretodo negro. Sin dudarlo, el anciano que pasa sus días haciendo guardia en esa esquina se aproxima mansamente hasta la cotorra y la pisa disimuladamente, hasta separar los huesos de las plumas. Luego de que un hilo de sangre ensucie la vereda y un chillido lastimoso anuncie la muerte del animal, el hombre se agacha y toma el pequeño rollo de papel que había en el marco del tragaluz. “Nos tenemos que volver a juntar”.

A metros, cuadras y kilómetros de allí, un escalofrío recorre la espalda de los integrantes de la Comunidad. El peligro se está acercando de a poco y se hace notar.