lunes, 16 de julio de 2007

El regreso de la Comunidad

Cuando a principios de siglo los especialistas vaticinaban la catástrofe, pocos lo tomaron en serio. Algún grupo de amigas gestó una campaña contra el calentamiento global y algunos artistas famosos hicieron un recital para combatirlo, pero la mayor parte de la gente pensaba “eso no puede pasar”, “son unos exagerados” o “igual yo no lo voy a ver”. Pero hoy, en el 2057, Buenos Aires sigue viviendo extrañas anomalías climáticas: en pleno verano, y luego de una semana en la que el calor acechó cada rincón de la ciudad, una fría nevada con aroma a muerte y venganza amenaza con inmaculado blancor el futuro de los porteños. Los vecinos vuelven a festejar, se escuchan cánticos al estilo de “es para Bariloche que lo mira por TV” y algunos esquizofrénicos se sientan sin ropa en sus reposeras, esperando que los copos mortecinos acaricien sus pechos desnudos. Todo muy lindo, pero al planeta le quedan sólo algunos años de vida.
En medio de este clima invernal de algarabía, Gonzalo también está contento, no por las calles albinas sino por esa nota anónima que encontró en su casa. Parece ser que los amigos de su abuelo, integrantes de esa misteriosa secta que se hacía llamar “La Comunidad del Trébol”, le dieron el pase de entrada.
Mientras que en el Parque Chacabuco las bolas de nieve vuelan por doquier y niños y ancianos juegan a la par bajo la blanquecina noche, Gonzalo recorre las calles con una mueca de satisfacción en su rostro. Al llegar a la entrada del galpón donde funcionaba el reconocido club que había comprado la cofradía, un escalofrío le hiela la espina dorsal, pero él atribuye el fenómeno a la combinación del frío con sus nervios.
Con un andar alegre se acerca al portón, que se abre suavemente ante el primer golpe. En la primera sala cuelgan fotos de todos los integrantes del grupo y una ola de tranquilidad llena cada uno de sus miedosos poros. En el salón siguiente lo espera una larga mesa con dos sillas, dos platos y dos copas de vino. La amplia habitación está en penumbras, ya que los tres añejos candelabros que cumplen con el papel de la iluminación sólo destilan un pequeño haz de luz en los pocos metros que los rodean. Pese a que la situación parece tétrica, ningún hilo de nerviosismo se filtra en Gonzalo, que está despreocupado desde que vio las fotos de todos los amigos de su abuelo. Por esa razón, cuando escucha una voz tenebrosa que le dice que tome asiento lo hace sin chistar, pensando que era un recaudo más de los cuidadosos ancianos. Tampoco se sorprende cuando la anciana travesti que estaba escondida tras las pesadas cortinas se acerca y lo maniata en la silla, suponiendo que eso puede formar parte de un esotérico rito de iniciación para entrar en la cofradía. No sabe que esa anciana tuvo a su abuelo en una situación similar, pero con una pistola en a cabeza y en medio de una avenida 50 años antes.

El susto se apodera de él recién cuando entra en escena una gigante polilla, que se posa sobre el apoyabrazos y empieza a lamerle la cara con suavidad. Abstraído en el insecto no nota la presencia de un fantasmagórico anciano, que se acerca a él sigilosamente por detrás.
- Así que vos sos el nieto de Ariel. Pobre, te juro que no me caía tan mal. Antes que a él, hubiera matado a otros. Pero bueno las cosas se dieron así. Su vocación periodística, su ansiedad, su gusto por la investigación y su deseo por saber siempre un poco más lo llevaron debajo de la tierra. Como dice el dicho, la curiosidad mató al gato. Ja, aunque en el caso de tu abuelo yo fui el que mató al gato.
Los músculos de Gonzalo se tensan como forma de preparación para lo peor, mientras que el sudor de su frente permite eliminar el exceso de calor que le genera el miedo que siente. No lo puede ver, pero sabe que detrás de él está el asesino de su abuelo, la amenaza de la comunidad, el siniestro personaje al que sus conocidos tanto le temen. ¿Esos viejos lo traicionaron para salvar sus vidas? ¿Lo mandaron a él a la hoguera a cambio de tranquilidad y no sufrir más muertes? Los pensamientos cruzan por su mente a toda velocidad y el odio se apodera de él, pero de pronto todo se aclara y arma a la perfección el rompecabezas de las últimas horas. La carta que llegó a su casa no era de los amigos de su abuelo, sino del anciano que los quería matar. Las fotos, que ahora nota que eran actuales, no formaban parte de un paredón de los recuerdos, sino de un seguimiento de todos los integrantes de la cofradía para poder atraparlos. Y la mesa no estaba preparada para 12, sino para dos personas, él y su verdugo.
- Te juro que te voy a matar, voy a vengar la muerte de mi abuelo derramando toda tu sangre. No te va a salir barato, no sabés con quién te metiste –grita Gonzalo mientras se mueve en su silla como si tuviera epilepsia, movimiento que heredó del tío Fer, que a su vez lo aprendió en uno de sus viajes de la risa.
El anciano, que sigue vestido con un largo tapado de cuero negro, se posa delante de él y esboza una diabólica sonrisa. El ojo de vidrio inerte parece penetrar la estupefacta mirada de Gonzalo, pero el hombre estalla en una carcajada tenebrosa, se agacha, toma la cabeza de Ariel y le da un beso en la frente. ¿Será el beso de la muerte?...
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A pocas cuadras de allí la escena alrededor de la mesa no es de desolación, sino de compañía: 12 sillas franquean una larga tabla de madera. En cambio, el ambiente sí es similar al del viejo Club Chacabuco. Allí, el clima nocturno supo ser distendido y de diversión, pero ahora es sumamente tenso. El aire no se quiere dejar respirar y el silencio se alza como único dueño y señor. Desde que el biocombustibe se vende en los kioscos dentro de pequeños recipientes, las estaciones de servicio desaparecieron. En el sitio donde funcionaba una vieja Esso se erige un antiguo galpón, con varias palmeras dentro. Aquel lugar supo ser uno de los bares del grupo de amigos de Ariel, pero ahora está abandonado. Y adentro se encuentran reunidos todos los integrantes de la “Comunidad del Trébol” que están vivos. Lucas, que los juntó preocupado por la última reunión con Gonzalo, corta el silencio:
- Gonzalo vino visitarme y por lo que me dijo me parece que va a seguir investigando. Yo le dije que no haga nada y le prometí que iba a juntarme con todos ustedes para delinear los pasos a seguir, pero también quiero saber qué hacer con él. Le iba a decir que venga a esta reunión, pero desde que se fue de mi oficina estoy intentando ubicarlo y no lo encuentro. En su celular no me contesta nadie y en la casa la hija de Ariel me dijo que se fue contento luego de recibir una carta. Antes que ver que hacemos con el muy hijo de puta que volvió a aparecer y mató a Nico y a Facu tenemos que encontrarlo a él. Algo suena mal, algo huele raro y ese mismo algo me dice que donde encontremos a Gonzalo también va a estar él.
- - E…ee…eee...este pibe es igual que su abuelo, nunca escuchaba lo que le decíamos y terminaba haciendo lo que quería. Que lo vuelvan loco un rato, se lo merece por pelotudo, por no hacernos caso – tartamudea nervioso Leandro.
- - Para…para…para…para –dice Fer, que se levanta, va hasta la desierta barra y saca de un escondite un wisky añejo, que toma del pico. - Wisky…-susurra el Tío, sin seguir con su frase anterior.
Una carcajada general estalla en el grupo, pero ahora es Leonardo el encargado de llamar al silencio.
- Es verdad que es un pelotudo y todo lo que quieras, tenés razón Leandro. Pero no podemos dejarlo así, tenemos que ayudarlo. Si lo tiene él no sabemos que puede llegar a hacerle.
- Coincido –dicen a la par Pablo, Juan Cruz y Pato, que a la reunión fue vestido como hombre.
Mientras que Vita y Rodrigo Granja susurran hablando sobre el cuerpo de la gorda Lola, la próxima película que harán juntos y la situación que se está dando, Mariano se pone de pie para levantar la voz:
- Basta de hablar, no es momento de discutir. Vamos a buscarlo y todos estamos de acuerdo. Dejémonos de boludeces y decidamos quién se ocupa de cada cosa.
- Yo me acuerdo donde estaba el locutorio de él, que tres vengan conmigo para ver si lo encontramos ahí –dice el tío Fer y al instante se paran Lucas, Leonardo y Leandro.
- De computación yo sé bastante, y Juan y Pablo me pueden dar una mano. Que Pato nos lleve a la productora que tengo varias computadoras y vemos si podemos rastrear algo por ahí.
- Bueno, Rodri y yo vamos a recorrer lugares donde nos solíamos juntar. Vos Lucas andá para la casa a hablar con Mica que la conocés más y tratá de sacar datos, información. Nos mantenemos en contacto y mañana nos encontramos acá a la misma hora que hoy. Arranquemos ya.

En los restos del viejo edificio del Club Chacabuco Gonzalo mira como el siniestro personaje y su insecto mascota disfrutan de la cena. En su interior, sabe que lo están usando de señuelo para llegar a todos los amigos de su abuelo y la angustia lo invade. Mientras tanto, los integrantes de la Comunidad del Trébol se pusieron en acción nuevamente luego de más de una década de inactividad con el objetivo de vengar cada una y todas las muertes que sembró ese personaje en el grupo.

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Estimados amigos:

El fin de semana pasado tuve un viaje para reencontrarme con mi yo interno y no pude escribir. Si el libro me lo permite y las letras se dignan a aparecer, esta semana quizá pueda seguir deshilando esta historia.

Y ya que estamos cerca del día del amigo, les deseo un feliz día a todos. Yo, que estoy afuera, puedo sentir lo que realmente vale la amistad viendo a un grupo como ustedes. Espero que los planes que estoy tejiendo sirvan para que puedan llegar a disfrutar de la vejez todos juntos.

Filippo