lunes, 16 de julio de 2007

El regreso de la Comunidad

Cuando a principios de siglo los especialistas vaticinaban la catástrofe, pocos lo tomaron en serio. Algún grupo de amigas gestó una campaña contra el calentamiento global y algunos artistas famosos hicieron un recital para combatirlo, pero la mayor parte de la gente pensaba “eso no puede pasar”, “son unos exagerados” o “igual yo no lo voy a ver”. Pero hoy, en el 2057, Buenos Aires sigue viviendo extrañas anomalías climáticas: en pleno verano, y luego de una semana en la que el calor acechó cada rincón de la ciudad, una fría nevada con aroma a muerte y venganza amenaza con inmaculado blancor el futuro de los porteños. Los vecinos vuelven a festejar, se escuchan cánticos al estilo de “es para Bariloche que lo mira por TV” y algunos esquizofrénicos se sientan sin ropa en sus reposeras, esperando que los copos mortecinos acaricien sus pechos desnudos. Todo muy lindo, pero al planeta le quedan sólo algunos años de vida.
En medio de este clima invernal de algarabía, Gonzalo también está contento, no por las calles albinas sino por esa nota anónima que encontró en su casa. Parece ser que los amigos de su abuelo, integrantes de esa misteriosa secta que se hacía llamar “La Comunidad del Trébol”, le dieron el pase de entrada.
Mientras que en el Parque Chacabuco las bolas de nieve vuelan por doquier y niños y ancianos juegan a la par bajo la blanquecina noche, Gonzalo recorre las calles con una mueca de satisfacción en su rostro. Al llegar a la entrada del galpón donde funcionaba el reconocido club que había comprado la cofradía, un escalofrío le hiela la espina dorsal, pero él atribuye el fenómeno a la combinación del frío con sus nervios.
Con un andar alegre se acerca al portón, que se abre suavemente ante el primer golpe. En la primera sala cuelgan fotos de todos los integrantes del grupo y una ola de tranquilidad llena cada uno de sus miedosos poros. En el salón siguiente lo espera una larga mesa con dos sillas, dos platos y dos copas de vino. La amplia habitación está en penumbras, ya que los tres añejos candelabros que cumplen con el papel de la iluminación sólo destilan un pequeño haz de luz en los pocos metros que los rodean. Pese a que la situación parece tétrica, ningún hilo de nerviosismo se filtra en Gonzalo, que está despreocupado desde que vio las fotos de todos los amigos de su abuelo. Por esa razón, cuando escucha una voz tenebrosa que le dice que tome asiento lo hace sin chistar, pensando que era un recaudo más de los cuidadosos ancianos. Tampoco se sorprende cuando la anciana travesti que estaba escondida tras las pesadas cortinas se acerca y lo maniata en la silla, suponiendo que eso puede formar parte de un esotérico rito de iniciación para entrar en la cofradía. No sabe que esa anciana tuvo a su abuelo en una situación similar, pero con una pistola en a cabeza y en medio de una avenida 50 años antes.

El susto se apodera de él recién cuando entra en escena una gigante polilla, que se posa sobre el apoyabrazos y empieza a lamerle la cara con suavidad. Abstraído en el insecto no nota la presencia de un fantasmagórico anciano, que se acerca a él sigilosamente por detrás.
- Así que vos sos el nieto de Ariel. Pobre, te juro que no me caía tan mal. Antes que a él, hubiera matado a otros. Pero bueno las cosas se dieron así. Su vocación periodística, su ansiedad, su gusto por la investigación y su deseo por saber siempre un poco más lo llevaron debajo de la tierra. Como dice el dicho, la curiosidad mató al gato. Ja, aunque en el caso de tu abuelo yo fui el que mató al gato.
Los músculos de Gonzalo se tensan como forma de preparación para lo peor, mientras que el sudor de su frente permite eliminar el exceso de calor que le genera el miedo que siente. No lo puede ver, pero sabe que detrás de él está el asesino de su abuelo, la amenaza de la comunidad, el siniestro personaje al que sus conocidos tanto le temen. ¿Esos viejos lo traicionaron para salvar sus vidas? ¿Lo mandaron a él a la hoguera a cambio de tranquilidad y no sufrir más muertes? Los pensamientos cruzan por su mente a toda velocidad y el odio se apodera de él, pero de pronto todo se aclara y arma a la perfección el rompecabezas de las últimas horas. La carta que llegó a su casa no era de los amigos de su abuelo, sino del anciano que los quería matar. Las fotos, que ahora nota que eran actuales, no formaban parte de un paredón de los recuerdos, sino de un seguimiento de todos los integrantes de la cofradía para poder atraparlos. Y la mesa no estaba preparada para 12, sino para dos personas, él y su verdugo.
- Te juro que te voy a matar, voy a vengar la muerte de mi abuelo derramando toda tu sangre. No te va a salir barato, no sabés con quién te metiste –grita Gonzalo mientras se mueve en su silla como si tuviera epilepsia, movimiento que heredó del tío Fer, que a su vez lo aprendió en uno de sus viajes de la risa.
El anciano, que sigue vestido con un largo tapado de cuero negro, se posa delante de él y esboza una diabólica sonrisa. El ojo de vidrio inerte parece penetrar la estupefacta mirada de Gonzalo, pero el hombre estalla en una carcajada tenebrosa, se agacha, toma la cabeza de Ariel y le da un beso en la frente. ¿Será el beso de la muerte?...
--------------------------------------------------------------------------------------
A pocas cuadras de allí la escena alrededor de la mesa no es de desolación, sino de compañía: 12 sillas franquean una larga tabla de madera. En cambio, el ambiente sí es similar al del viejo Club Chacabuco. Allí, el clima nocturno supo ser distendido y de diversión, pero ahora es sumamente tenso. El aire no se quiere dejar respirar y el silencio se alza como único dueño y señor. Desde que el biocombustibe se vende en los kioscos dentro de pequeños recipientes, las estaciones de servicio desaparecieron. En el sitio donde funcionaba una vieja Esso se erige un antiguo galpón, con varias palmeras dentro. Aquel lugar supo ser uno de los bares del grupo de amigos de Ariel, pero ahora está abandonado. Y adentro se encuentran reunidos todos los integrantes de la “Comunidad del Trébol” que están vivos. Lucas, que los juntó preocupado por la última reunión con Gonzalo, corta el silencio:
- Gonzalo vino visitarme y por lo que me dijo me parece que va a seguir investigando. Yo le dije que no haga nada y le prometí que iba a juntarme con todos ustedes para delinear los pasos a seguir, pero también quiero saber qué hacer con él. Le iba a decir que venga a esta reunión, pero desde que se fue de mi oficina estoy intentando ubicarlo y no lo encuentro. En su celular no me contesta nadie y en la casa la hija de Ariel me dijo que se fue contento luego de recibir una carta. Antes que ver que hacemos con el muy hijo de puta que volvió a aparecer y mató a Nico y a Facu tenemos que encontrarlo a él. Algo suena mal, algo huele raro y ese mismo algo me dice que donde encontremos a Gonzalo también va a estar él.
- - E…ee…eee...este pibe es igual que su abuelo, nunca escuchaba lo que le decíamos y terminaba haciendo lo que quería. Que lo vuelvan loco un rato, se lo merece por pelotudo, por no hacernos caso – tartamudea nervioso Leandro.
- - Para…para…para…para –dice Fer, que se levanta, va hasta la desierta barra y saca de un escondite un wisky añejo, que toma del pico. - Wisky…-susurra el Tío, sin seguir con su frase anterior.
Una carcajada general estalla en el grupo, pero ahora es Leonardo el encargado de llamar al silencio.
- Es verdad que es un pelotudo y todo lo que quieras, tenés razón Leandro. Pero no podemos dejarlo así, tenemos que ayudarlo. Si lo tiene él no sabemos que puede llegar a hacerle.
- Coincido –dicen a la par Pablo, Juan Cruz y Pato, que a la reunión fue vestido como hombre.
Mientras que Vita y Rodrigo Granja susurran hablando sobre el cuerpo de la gorda Lola, la próxima película que harán juntos y la situación que se está dando, Mariano se pone de pie para levantar la voz:
- Basta de hablar, no es momento de discutir. Vamos a buscarlo y todos estamos de acuerdo. Dejémonos de boludeces y decidamos quién se ocupa de cada cosa.
- Yo me acuerdo donde estaba el locutorio de él, que tres vengan conmigo para ver si lo encontramos ahí –dice el tío Fer y al instante se paran Lucas, Leonardo y Leandro.
- De computación yo sé bastante, y Juan y Pablo me pueden dar una mano. Que Pato nos lleve a la productora que tengo varias computadoras y vemos si podemos rastrear algo por ahí.
- Bueno, Rodri y yo vamos a recorrer lugares donde nos solíamos juntar. Vos Lucas andá para la casa a hablar con Mica que la conocés más y tratá de sacar datos, información. Nos mantenemos en contacto y mañana nos encontramos acá a la misma hora que hoy. Arranquemos ya.

En los restos del viejo edificio del Club Chacabuco Gonzalo mira como el siniestro personaje y su insecto mascota disfrutan de la cena. En su interior, sabe que lo están usando de señuelo para llegar a todos los amigos de su abuelo y la angustia lo invade. Mientras tanto, los integrantes de la Comunidad del Trébol se pusieron en acción nuevamente luego de más de una década de inactividad con el objetivo de vengar cada una y todas las muertes que sembró ese personaje en el grupo.

----------------------------------------------------------------------------------
Estimados amigos:

El fin de semana pasado tuve un viaje para reencontrarme con mi yo interno y no pude escribir. Si el libro me lo permite y las letras se dignan a aparecer, esta semana quizá pueda seguir deshilando esta historia.

Y ya que estamos cerca del día del amigo, les deseo un feliz día a todos. Yo, que estoy afuera, puedo sentir lo que realmente vale la amistad viendo a un grupo como ustedes. Espero que los planes que estoy tejiendo sirvan para que puedan llegar a disfrutar de la vejez todos juntos.

Filippo


lunes, 2 de julio de 2007

La Comunidad y Gonzalo

Una visita a la panadería de la calle Malvinas y nada. Un recorrido por la verdulería del tío Leo, y nada. Un viaje hasta el corazón de Palermo Hollywood, donde se erige Clooney Producciones, y nada. Timbre en el desprolijo departamento de la calle Juan B. Justo, y nada. Otro turno en el cabaret Jenny’s, y nada. Un llamado a la feria de artesanías que se levanta en la colorida provincia de Jujuy, y nada. Algunas oraciones en el altar de la Iglesia de Santa Julia, y nada.

La nada domina los desiertos escenarios donde los amigos del abuelo de Gonzalo solían transitar sus vidas y un solitario agujero parece formarse en cada uno de esos sitios. Ni la jovialidad del Tío Fer, que estaba siempre dispuesto para la joda y los chistes, ni las comidas naturistas del tío Leo, ni el fanatismo de Rodrigo por el tomate. Ni las películas XXX de Vitale, ni el gusto por disfrazarse de Rodríguez, ni las profesionales del sexo del piringundín de Ussia. Ni la memoria a corto plazo de Leandro, ni las locuras propias sólo de Mariano, ni los rezos para equiparar a un pasado tan turbio del padre Juan. Todo lo que caracterizaba a cada uno de esos ancianos desde su más tierna juventud desapareció, como si hubiera pasado una ráfaga de viento llevándose consigo los granitos de arena que los identificaba.

Con preocupación, y un poco de asombro al notar la rapidez y astucia de los movimientos de los amigos de su abuelo, Gonzalo camina por la ciudad sin saber adónde ir. El cielo es una plancha de hormigón que lo asfixia mientras él tacha mentalmente cada lugar que recorrió. Le quedan pocos espacios por visitar, pocas puertas por golpear, pocos timbres por tocar y pocos teléfonos por llamar. Repasando cada nombre, cada cara y cada experiencia vivida con aquellas personas que hoy se ocultaban, el joven recuerda a uno de ellos que seguramente lo pueda ayudar. Es la última chance de averiguar algo y no la va a desperdiciar.

Luego de investigar un rato con Google, su herramienta más preciada, Gonzalo descubre una biografía de Lucas Debia que salió algunos años atrás en el suplemento de emprendedores exitosos de uno de los diarios más reconocidos en el país. El artículo describe que en poco tiempo, Lucas logró monopolizar el mercado de los radiotaxis, comprando todas las empresas que existían y poniéndolas bajo su solemne mandato. En la misma nota explicaban que el dueño del imperio “Radiotaxis Estrella”, en honor al nombre de su madre, había conseguido el dinero necesario para poder llevar a cabo el proyecto luego de una indemnización que recibió la familia por parte del gobierno de Estados Unidos. Aunque el periodista no aseguraba las razones del pago de tal suma, dejaba deslizar que se debía a una detención ilegal que sufrió su padre luego de la muerte de Saddam Hussein, ya que creían que el hombre que había sido asesinado por la horca era un doble y el verdadero dictador iraquí vivía en el barrio de Flores bajo el nombre de Hugo. Para comprobar que la única coincidencia entre ambos era el parecido físico mantuvieron detenido al padre de Lucas durante varios meses en la base militar de Guantánamo, pero cuando se descubrió su verdadera identidad el gobierno de Arnold Schwarzenegger, presidente de Estados Unidos en aquel entonces, decidió comprar el silencio con una suma más que considerable.

Luego de conocer la historia de Lucas, que su abuelo le había ocultado, Gonzalo decide ir a visitarlo. Si su memoria no le juega una mala pasada, recuerda que aquel corpulento anciano con piel color café era el más sensible del grupo y siempre estaba dispuesto a dar una mano a aquel que lo necesitara. En este caso, él sería el hombre indicado para ayudarlo.

Cuando llega a la sede central de la empresa de radiotaxis, Gonzalo pide entrevista directa con el señor Debia, conservador de la primera hora en todos los aspectos de su vida que siempre recibe en persona las quejas de todos sus usuarios pese a ser el dueño de una de las empresas más exitosas del país. Cuando Gonzalo entra en su flamante oficina del barrio de Almagro una brisa fría le recorre la espina dorsal. Las fotos de su feliz familia decoran las paredes y un aura luminosa sobresale avasallante en todo el ambiente, pero el clima bienaventurado se corta con un afilado cuchillo al cruzarse las dos miradas. Tendría que haber escuchado los mensajes de sus amigos, que decían que el nieto de Ariel lo buscaría. Pero él hizo caso omiso a las recomendaciones de ocultarse y ahora se da cuenta de su error. Aunque la sorpresa y el miedo del pasado lo invaden, Lucas lo recibe con un cálido abrazo.

- ¿Cómo andas nene tanto tiempo? Que raro verte por acá –dice, tratando de disimular su temor.

- ¿Cómo anda Don Lucas? La verdad no estoy muy bien. Seguramente algo sepa, hace algunas semanas fuimos a cremar el cuerpo de mi abuelo y encontré un extraño cofre de una supuesta comunidad secreta. La intriga me pudo y empecé a hacer averiguaciones hasta que llegué a ustedes, sus amigos. Pero cuando les pregunté por el cofre, por su muerte y demás, todos me evadieron, me dijeron que estaba poniendo en peligro mi vida y la de ellos y me rogaron que deje de investigar. Pero vos sabés como soy yo, cabeza dura igual que mi abuelo. Y seguí buscando hasta que aparecieron muertos Rocco y Miralles…Aun que todos dicen que fueron suicidios, yo sé que los mataron…y creo que tengo la culpa…No sé que hacer – cuenta con emoción Gonzalo, antes de que Lucas lo abrase.

Con lágrimas en los ojos, el negro ogro de corazón tierno se para y toma al joven entre sus brazos. El nudo que se adueñó de su garganta mientras el joven hablaba empieza a ceder cuando dos lágrimas cristalinas ruedan por la oscura tez del anciano, que se limpia con su gran mano y dice, con ternura paternal:

- Todo lo que te han dicho es cierto. Tu abuelo era un maestro en el difícil arte de no mojarse bajo un chaparrón, pero estaba siempre buscando en la basura un gramo de locura y cuando empezaron las amenazas y los atentados al grupo decidió hacerse cargo de buscar al responsable. Lamentablemente, se dejó llevar por un callejón sin salida y terminó asesinado. Lo que pensás de las muertes de Nicolás y Facundo también es verdad, pero ahora te voy a pedir encarecidamente que no te involucres más en el tema. Tu sangre ya fue derramada por esta guerra sin sentido y ahora somos nosotros los que la vamos a terminar.

- Pero yo quiero…

- No, no hables. La última palabra la tengo yo, vos no investigues más. Cuando las cosas estén seguras te prometo que nos vamos a juntar todos y te vamos a contar lo de la Comunidad del Trébol. Pero ahora, andate y deja esto en mis manos.

Al terminar de hablar, Debia se pone de pie, abraza a Gonzalo otra vez y lo despide afectuosamente en la puerta con los ojos llenos de lágrimas. Como ha sentido y ha dicho anteriormente, el dolor es dolor sólo para quién lo siente y la empatía por el que sufre puede ayudar, pero no basta. En la posada del fracaso no hay consuelo ni ascensor y las cuadras que separan la empresa de su casa se pasan como un huracán.

La desilusión lo invade por completo, cree que todo lo que estuvo haciendo sólo llevó a la muerte de dos buenos hombres y que ahora, en el momento de la acción, es tratado como un niño por sus errores, por esa testarudez genética que tanta veces lo ayudó y tantas otras veces lo perjudicó, como en esta ocasión. Pero un amarillento sobre tirado por debajo de la puerta le vuelve a dar esperanzas. Los membretes verdes están decorados con un estilo que le parece familiar y la única firma que aparece es un trébol de cuatro hojas con el símbolo de amistad dentro. Parece que Lucas cumplió su palabra y la comunidad se está acercando a él. Adentro del sobre, una sola nota:

“Nuestra lucha es tu lucha. Te esperamos esta noche en el galpón de Miró, donde funcionó nuestro prestigioso club”

lunes, 25 de junio de 2007

La semilla de la venganza y otra pérdida

Fueron 7 días en el infierno, 168 horas de terror, 10.080 minutos de sufrimiento. Más de seiscientos mil segundos que lo marcaron de por vida y quedaron grabados a fuego en su memoria para recordarle que el mal existe y aún hoy esta refugiado en su cuerpo bajo la dulce manta de la venganza.

Desde el momento en que dejó la casa, él notó que algo había cambiado y en el viaje de regreso ya sentía que la vileza se había adentrado en lo más profundo de sus entrañas. En el trayecto que separa a la costera ciudad de la Capital la semilla del odio que le habían plantado con cada broma empezó a germinar, desprendiendo un extraño aroma a azufre. Los demás pasajeros atribuyeron el vaho del aire al incasable sol que con sus rayos incesantes calentaba el asfalto de la ruta y derretía las llantas del micro. Pero él sabía que su demonio interno era el encargado de llevar al autobús el clima y los efluvios del infierno.

Una vez en su casa se replegó a revivir cada uno de aquellos momentos para no dejar escapar al odio que había engendrado. Y en pocos días le dijo adiós al trabajo, a la facultad, a su pareja y a su familia para focalizar todas sus fuerzas en planear una revancha contra esas personas que lo habían degradadado hasta hacerlo sentir infrahumano.

Se adueñó del viejo locutorio donde trabajaba y lo convirtió en su vivienda, una vivienda oscura, fría, inerte, sin vida. Encerrado durante casi tres años en el cubículo con vidrios polarizados aprendió todos los secretos de Internet, que se convirtió en su fuente de dinero para todas las acciones que emprendería.

También por la misma vía financió un proyecto científico que llevó al plano real al insecto dueño de sus peores pesadillas: una gigante polilla de laboratorio creada por alteraciones genéticas, que terminó siendo su mascota y única compañía. No conforme con eso, el trauma que le generó el episodio del ojo de vidrio en ese pequeño boliche de Miramar llamado Chiwawa lo desequilibró emocionalmente hasta tal punto que ocupó una de sus pupilas con una gélida esfera de cristal.

Una vez que juntó todo el dinero que creía necesario empezó con su plan, que consistía en arruinar todos los proyectos que sus verdugos habían encarado como grupo. Así llego la explosión del club Chacabuco, la compra del bar, la eliminación de varios torneos de fútbol y demás. Cuando la duda se apoderó de sus enemigos, empezaron las amenazas y la intimidación de que no se junten más si querían seguir con vida. Y con la sangre de Ariel en sus manos le dejó al miedo la tarea de separar a los amigos. El sabía que ese simple hecho de no poder reunirse iba a hacerlos sufrir más que la propia muerte.

Después de diez años de haber saciado su sed de venganza y velar para que no se agrupen, una visita al mail de Ariel que él tenía hackeado lo puso nuevamente de alerta. Y una carta que volaba en una cotorra llevando el mensaje de una posible reunión bastó para que reinicie con su revancha.

Ahora se encuentra frente a su tercera víctima, que está colgada pasivamente del cuello con una delicada corbata escocesa. Mientras contempla ese cadáver con una maquiávelica sonrisa entiende que aquel odio que había florecido en su interior después de las vacaciones se iba a terminar de ir recién cuando aprecie personalmente el ocaso de todos esos verdugos que lo mataron en vida.

--------------------------------------------------------------------------------------

Apenas se enteró de que su abuelo había sido asesinado, lo primero que quiso Gonzalo fue marcharse bien lejos. Pero desde que tuvo la charla con el sacerdote Juan Cruz el joven no puede escapar s sus pensamientos. Se pasa las horas intentando encontrar alguna solución a esta vida sin vida; buscando un plan para poder vengar a Ariel y a su amigo, que para él murió por su culpa.

Escuchando música para no sentirse tan sólo, camina por las calles ensortijado entre los sueños y la confusión. Pero mientras recorre la ciudad absorto en sus adentros, su melodiosa compañía es interrumpida por el boletín informativo, que le da una noticia que lo vuelve a cargar de culpas:

“Otro suicido en el mundo del fútbol: Murió el exitoso abogado y empresario Facundo Miralles. El cuerpo apareció colgado en su oficina.. Los periodistas hablan de un negocio fracasado, de un desencuentro amoroso y hasta relacionan la muerte de él con la del presidente de Boca, especulando que eran más que simples amigos. Luego de incursionarse en el mundo del deporte representando al mejor jugador de Golf de los últimos tiempos, Miralles se orientó al fútbol y en la actualidad tenía en su harén a los futbolistas más destacados de Argentina y Europa. Además, era uno de los principales accionistas del Club Atlético Boca Juniors, donde su hijo lleva la capitanía hace más de…”.

Antes de que el locutor termine de hablar, Gonzalo apaga la radio y da paso libre a su imaginación para empezar a autoflagelarse. Los fantasmas de la muerte merodean a su alrededor y la culpa se apodera de su turbado cerebro. Confundido, se sube al primer taxi que pasa y se dirige a la oficina de Miralles en Puerto Madero, pero la Policía no le da ninguna información.

En una carrera contra el tiempo recorre diarios, cementerios, morgues y comisarías, pero nadie le brinda ningún dato sobre el paradero del cuerpo de Miralles ni el funeral. Un hermético silencio enmarca la muerte del exitoso abogado y Gonzalo sabe que los amigos de su abuelo son los responsables de tanto misterio. La Comunidad del Trébol está empezando a actuar como una cofradía para cuidar a los suyos.

--------------------------------------------------------------------------------------

Estimados amigos:

Esta historia llego a mis manos misteriosamente algunos meses atrás y desde ese momento, como ustedes bien saben, me desvanecí, convirtiéndome en un hombre sin sombra. Cuando las letras aparecieron el primer lunes, el miedo se apoderó de mí, pero desde mis adentros algo me dijo que la única manera de recuperar la identidad era contándole el relato a ustedes, los protagonistas de esta historia real que todavía no ocurrió.

Hoy, a casi tres meses de aquel domingo de presentación, la sombra sigue sin acompañarme a ningún lado, la soledad me carcome por dentro y por fuera, el espejo esquiva mi reflejo y temo desaparecer sin que nadie se acuerde de mí. Pero después de haber relatado las memorias de esa comunidad que vanagloria a la amistad ya no me preocupa recuperar mi forma corpórea. Desde hace algunas semanas me paso el día tratando de averiguar alguna manera de ayudarlos, buscando alguna alternativa que evite este trágico final. Ya no escribo para recuperar mi identidad, escribo para que conozcan la trama de su futuro y tengan las herramientas para pelear con él.

Tuve numerosas discusiones sobre la existencia o no del destino, sobre esa posibilidad de que nuestra historia esté escrita y no podamos hacer nada para cambiar el rumbo de nuestras vidas. Y estoy convencido que no es así, estoy convencido que podemos luchar por lo que queremos hasta conseguirlo, etoy convencido de que nuestra historia la escribimos nosotros con risas, lágrimas, victorias y derrotas. Todos podemos caer, pero la clave no es estar siempre de pie, sino ponerse de pie cada vez que caemos. Sólo asi podemos seguir adelante.

Espero que conocer su historia los ayude de alguna manera a revertir esta situación y puedan pasar su vejez jugando todos alrededor de una mesa y no escapando de los fantasmas del pasado. Desde mi humilde lugar, también haré todo lo posible para que lo logren. Como supe decir anteriormente, nuestros caminos cruzaron y ahora ya los estamos recorriendo juntos.

Filippo

lunes, 18 de junio de 2007

El sacerdote del grupo y la tercera víctima

Los ojos de Gonzalo se posan con tristeza sobre los cerros multicolores del Norte Argentino mientras que los claros valles que parecen ratoneras entre las elevaciones desaparecen a medida que el avión gana altura. El viento golpea con fuerza las ventanas para despertar su dormida imaginación, pero los turbados pensamientos suenan cada vez más fuerte atormentándolo, culpándolo por esa nueva muerte en el círculo que era de su abuelo. Al igual que los demás integrantes de la Comunidad él sabe que la figura del asesino de Ariel se cierne nuevamente sobre el grupo.

Durante el vuelo las horas pasan deprisa, pero ya no entre el humo y la risa sino inmersas en un abismal manto de tristeza. Cuando el avión aterriza frente al contaminado Río de la Plata, la pesadumbre desembarca con Gonzalo y lo acompaña hasta su casa. Su madre lo recibe con sorpresa porque en teoría el viaje duraría varias semanas más, pero el rostro de Gonzalo le indica que no tiene que preguntar sobre ese apresurado regreso y decide cambiar de tema y contarle del “supuesto” suicidio de Nicolás.

El prefiere no hablar, omitir la información que maneja y encerrarse en su habitación.

El dolor es dolor sólo para quién lo siente y la empatía por el que sufre puede ayudar, pero no basta. Gonzalo lo entiende porque esa condena que siente sobre su cabeza lo atesta de desolación. Un haz de esperanza se filtra entre las penumbras en forma de valentía, con cuerpo de revancha. Frente a la muerte hay cierto sentido de dignidad y él ya tiene dos caídas por cobrarse.

Con los dejos de ese coraje, deja los ropajes de cama y emprende el viaje en busca de alguna respuesta. Por la ciudad camina sin saber adónde, buscando un encuentro que le ilumine el día; Pero no halla más que puertas que niegan lo que esconden. En la remodelada y tecnológica empresa / fábrica/ panadería de la calle Malvinas los empleados dicen desconocer el paradero tanto del tío Fer como de Leo; la verdulería donde trabaja Rodrigo está con la persiana baja; en la calle Juan B. Justo Leandro no responde el timbre; en Clooney Producciones la gorda Lola también intenta encontrar a su padre sin obtener certeza alguna; y en el cabaret Jenny’s las profesionales del sexo lo echan sin darle información de Pablo.

Si la culpa lo estaba consumiendo por dentro después de la muerte de Rocco, el hecho de que todos los integrantes de la Comunidad hayan desaparecido no le da tregua a su hostigado cerebro. En ese desolado paisaje de antenas y cables, la calle huele a podrido, carne de cañón y soledad. Y mientras camina por Alberdi inmerso en una culpa que lo carcome, decide ir a hablar con su amigo a la Iglesia, ese que siempre lo espera clavado en la cruz. Amistad heredada de su abuelo, que decía que todas las noches podía hablar con Él como si fuera un compañero de ruta.

El diálogo no le basta y busca limpiar sus manchas en ese pequeño rincón de Santa Julia donde el sacerdote libra de culpas a los pecadores.

- Padre, todo empezó cuando fui con mi mamá a cremar el cuerpo de mi abuelo y encontré en su ataúd un extraño cofre. Adentro había una llave, una remera de fútbol y otras cosas que eran de él y empezé a averiguar porque aparecía mencionada una comunidad secreta y me pareció muy raro. Al poco tiempo fui desenredando una fuerte historia de amistad y toqué las puertas de varios amigos de él, que me las fueron cerrando sin dar información para protegerme. En lugar de acallarme, seguí hurgando y en el Norte encontré a otro amigo que me contó que a mi abuelo lo había matado un enemigo que tenían y me pidió por favor que deje de investigar, pero ya era muy tarde. Un día después, murió otro de los del grupo y yo sé que fue por mi culpa. Hoy seguí buscando y…

Antes de terminar de hablar, la puerta del confesionario se abre con violencia y el sacerdote de la voz tranquilizadora lo toma vehementemente de los brazos y lo lleva a su oficina personal. Gonzalo está totalmente confundido y el temor se apodera de él. Durante esos 30 segundos el cura no menciona palabra alguna, pero cuando las miradas se cruzan desde cada extremo del escritorio los cuatro ojos vidriosos, abatidos los dos se reconocen mutuamente.

El sacerdote se quita la capucha que cubría su cabeza y una cabellera lisa que eludió al paso del tiempo manteniendo su color cae hasta la altura de los hombros. Detrás de la bondad aparente de los ojos de un cura se esconde una picardía inusitada, que se enaltece aún más sobre esa nariz desviada digna de un boxeador. Ese pibe que a los 20 años era el más mujeriego y apegado a la joda se había convertido en el religioso que en cuidaba a los pobres de Caballito de las bestialidades del régimen imperialista de Máximo I.

Pese a que sus amigos aseguraban que se había anotado en la misión para poder conseguir aún más mujeres de las que tenía, él siempre dijo que era para ayudar. Y el tiempo lo confirmó. Nadie sabe si fueron los efectos del alcohol o el exceso de humo verde, pero la noche en que se recibió de ingeniero decidió hacerse cura. Según lo que le había contado el abuelo un domingo de pascuas que lo fueron a visitar a la Iglesia, Juan Cruz dijo que esa noche la virgen se le había aparecido para felicitarlo después de tanto esfuerzo y él le juró que dejaría la mala vida y se pondría a su servicio.

- Entonces es verdad lo que decían los chicos. Ayer me encargué de despedir a Nicolás en el funeral y no lo quería ni podía creer, pero esta casualidad es una señal que me puso Dios para demostrar que es cierto. Volvió a aparecer y, si no lo paramos, va a matarnos a todos uno a uno. Leandro dijo que mandó un mensaje para que nos volvamos a juntar después que lo visitaste, pero no le llegó a nadie. Y aunque esa cotorra estaba infectada hace más de 50 años seguía viva porque tenía un don especial y siempre dejaba los recados en destino. Seguramente él la encontró antes que nosotros y al ver que nos ibamos a juntar de nuevo empezó la cacería que prometió.

- Quién es él? ¿Por qué no me lo dicen?

- Yo no te lo puedo decir, no quiero ponerte en peligro. Pero para lo que sí estoy capacitado es para librarte de culpas, vos no sos responsable de la muerte de nadie Gonzalo. Ahora, andá en paz que nosotros nos vamos a encargar.

Antes de terminar de bajar las escalinatas de la Iglesia Gonzalo ya piensa la manera de ayudar a esos ancianos locos amigos de su abuelo que, por lo bajo, están dando inicio a una guerra personal por sus vidas. Al mismo tiempo, y mientras reza en un susurro, Juan Cruz prepara sus cosas personales para el reencuentro. Al igual que los templarios en la época de las Cruzadas, el sacerdote se hará guerrero para defender lo que más quiere.

--------------------------------------------------------------------------------------

En la fría oficina de Puerto Madero el orden domina la escena. El frío del cadáver colgado de la corbata de delicado hilo escocés no contrasta con los tonos y materiales glaciales de la habitación. La imagen parece sacada de un cuadro surrealista, pero la magia se pierde cuando el sombrío personaje se mueve para prender su cigarrillo y disfrutar de su nueva obra. Una sonrisa diabólica se le escapa de entre los finos labios y hasta por el ojo de vidrio sin vida se filtra un centelleo de odio. Ante su gélida mirada se encuentra su tercera víctima.

lunes, 11 de junio de 2007

El funeral del reencuentro

En la antigua posada familiar de Tilcara, el desamparo y la humedad comparten colchón con Gonzalo, que nuevamente no puede conciliar el sueño. Las palabras de Mariano le originaron un conflicto interno que no lo deja apaciguar sus aguas. En los ojos color verde marihuana de aquel anciano pudo ver un poco del sentimiento que su abuelo siempre le propagó sobre la amistad, pero cada frase sobre ese asesinato encubierto sigue clavada en su mente como un punzón. El quería saber la verdad por amarga que fuera, pero no sabía que lo iba a enfermar tanta sinceridad.
Pese a no quejarse, el joven irradia tristeza. Las paredes mojadas con vapor destilan desdicha, esa misma que trepó acompañada por la verdad y se incrustó silenciosa en cada uno de sus poros. El alto cielo raso le dice con malicia que nunca lo podrá alcanzar, ni a él ni a sus objetivos. Pero aunque el amanecer lo recibe con una sonrisa maquiavélica, se alegra de poder volver a ver el sol. El anhelo de ser feliz se apodera de él, lo hace juntar esa fuerza heredada que lo caracteriza y decide levantarse a luchar contra la vida, que lo tiene acostumbrado a recibir golpes y alegrías alternadamente.
Los pasillos desolados de la hostería lo oprimen con un solitario eco, pero él sigue adelante. Con serenidad, llega al comedor del hostal pide un croissant para el recuerdo y empieza a hojear el diario del día. Cuando llega a la sección policiales, una fría burbuja se vuelve a levantar a su alrededor imponiendo temor y su corazón empieza a galopar a la par de las lágrimas que le humedecen el rostro…Sin saber que pasó, se sabe responsable de que la muerte haya tocado nuevamente la puerta de la Comunidad del Trébol.

Clarín
LOS FAMILIARES DICEN QUE FUE UN ASESINATO

Murió el presidente de Boca

El presidente del Club Atlético Boca Juniors, Nicolás Rocco, se suicidó ayer por la tarde en su casa de Parque Chacabuco. “Acá pasó algo raro. Mi viejo estuvo esperando ese puesto por años y estaba muy contento. Yo sé que él no se mató, alguien lo asesinó”, aseguró su hija al diario Clarín.
El dirigente fue hallado vestido con una vieja remera de Jamaica en su despacho alrededor de las cinco de la tarde, pero sus hijas llamaron a la Policía recién tres horas después. Los familiares no pudieron explicar lo que pasó en ese lapso de tiempo, pero según fuentes policiales se comunicaron con los amigos de Rocco, que ya estaban en la casa antes de la llegada de las fuerzas de seguridad.
Sobre el escritorio se encontró un viejo cofre donde el ex periodista guardaba efectos personales. “Es un típico caso de suicidio por depresión. Momentos antes de la muerte sacó su viejo arcón, se puso una remera que usaba en su juventud y estuvo viendo fotos de los amigos, de la familia. Además, no se encontró ninguna nota en relación con su muerte. Investigaremos, pero sinceramente no creemos que haya sido un asesinato”, aseguró el Dr. Granja, reconocido perito de la Policía Federal.
Luego de llegar a ser editor de rugby en el diario Olé, Rocco pasó a trabajar en la Oficina de Prensa del Club de la Rivera, donde en pocos años se convirtió en Director de Comunicaciones. Con el apoyo de los jugadores, el cuerpo técnico y gran parte de los representantes, hace dos años se presentó en las elecciones del club y le ganó por una ventaja aplastante a Mauricio Macri (h).
Desde que asumió en 2055, Rocco reforzó el plantel y consiguió todos los títulos que se jugaron bajo su mandato…

En esta oportunidad el sol no se hace presente en el cementerio de la Chacarita ni el silencio se erige como único dueño, ya que las gruesas paredes de la necrópolis no pueden amordazar los gritos de apoyo de la hinchada xeneize a la familia de Rocco. El funeral del presidente de Boca terminó hace varios minutos, pero alrededor del cajón todavía se encuentran once amigos de él, que insistieron en ser los encargados de despedirlo. Vestidos ceremonialmente de negro, corbata de seda, brillantes zapatos y un pin con forma de trébol, los ancianos observan el ataúd sin decir nada, mientras el oscuro atardecer alumbra tenuemente sus inexpresivos rostros. Con una voz que irradia paz, Mariano se acerca al cajón y rompe con el tenso ambiente que se había generado.

- Les iba a decir de juntarnos de vuelta, pero los tiempos se apresuraron. El nieto de Ariel está averiguando sobre la muerte de su abuelo y no le pude mentir. Sospechaba que podía emerger de vuelta y Leandro me lo confirmó cuando me dijo que su firma volvió a aparecer. Sabemos que está en las sombras, pero lo conocemos. Nicolás era mediático y asesinarlo a él fue una prueba que nos quiso dar para demostrar que puede jugar al borde del abismo sin caer. Pero por lo menos yo no voy a permitir que se lleve a nadie más.
Como si estuvieran dando una señal de respeto, las voces del exterior se acallan y el silencio se levanta como un muro de piedra entre todos los integrantes de la comunidad. Las arrugas de todos, la nieve en la sien en algunos y los anteojos en otros denotan el paso del tiempo, pero la esencia de la amistad sigue intacta y se respira en cada partícula de ese aire viciado de venganza. Nadie contesta con palabras, pero once cruces de miradas confirman la propuesta. Sin decir nada, se acercan al ataúd, sacan de un pequeño cofre una llave y un desgastado pedazo de tela, y guardan el arcón junto al cuerpo de su amigo. Vuelven a escena el silencio y la desazón, pero el agrio aroma de la revancha se adueña del ambiente. El abandono, el dolor por la muerte de la persona querida pasa a segundo plano. Lo que queda por delante es la venganza.
--------------------------------------------------------------------------------------

En la fría habitación el aire es oscuro y parece condensarse en una lúgubre penumbra que se cierne inmóvil sobre una vela funesta. Las manos ya no están manchadas con sangre y la conciencia tampoco. El odio engendrado durante décadas brota con las dosis exactas que necesitan sus planes; y en vez de arrepentirse, cada víctima nueva le suscita un orgullo y una honra inigualable.

Un haz de luz de la luna entra solemne por la única ventana del cuarto y deja ver a un ojo de vidrio que irradia alegría aún sin tener vida. Con una sonrisa despiadada, el verdugo corta prolijamente cada artículo sobre la muerte de Nicolás Rocco, el último muerto que carga en el prontuario de su corazón. Minuciosamente los coloca cronológicamente detrás de las notas que recolectó diez años antes, cuando se cobró su primer difunto.

Tiene la certeza de que el disparo en la sien, la remera de Jamaica y la nota con su firma no influirán en las investigaciones de la Policía, que está convencida que fue un suicidio. Pero sabe que sí surtieron efecto en ese grupo de gente que le arruinó la vida. Luego de cerrar el segundo capítulo de su libro de los muertos, se recuesta contra la pared, corta su mano una vez más y vuelve a escribir con sangre ese apodo que tanto lo perturbó. Totonoto…

Mientras en el sótano el sombrío personaje planea cómo será su próximo ataque, a miles de kilómetros de allí Gonzalo fragua su vuelta a Capital plagado de culpas por la muerte del amigo de su abuelo. Aún ignora que es el nexo que la comunidad necesita para volver a juntarse.

lunes, 4 de junio de 2007

La identidad del asesino y una nueva muerte

- Todo empezó unos meses antes de las vacaciones, con una apuesta casi infantil. “A que no podés lograr que se vaya voluntariamente”, fueron las palabras del reto que aún hoy, más de medio siglo después, me siguen taladrando la mente. En aquella época de la adolescencia postsecundaria todavía sufría y disfrutaba al mismo tiempo de una rara adicción a los desafíos. Y para no ser menos que mi interlocutor, redoblé esa apuesta, que estaba dispuesto a ganar sea lo que sea. Nunca pensé que una joda iba a terminar con este final, un final de tintes góticos, un final que si se piensa con detenimiento, se aprecia inesperado y especialmente macabro.

La pacífica ciudad de Miramar fue el punto de partida para esta guerra sin cuartel ni salida. En ese verano de 2004, mientras el sol alumbraba las playas, el interior de este personaje se iba oscureciendo cada vez más, engendrando un odio infinito hacia todo el grupo.

Y sus días estuvieron signados desde el principio. Cuando el tren arribó a Miramar, el destino escribió que sus vacaciones comenzarían con el pie izquierdo. Un fanático simpatizante de San Lorenzo, amigo del tío Fer, lo estaba esperando y al bajar lo recibió con un cartel de bienvenida que ya denotaba lo que sería la semana venidera: el apodo que tanto odiaba se podía leer en letras azules y rojas, el mismo rojo de esa sangre que luego derramaría.

Luego llegó la hora de la convivencia. La casa que tanto prometía cuando había sido alquilada telefónicamente desde Capital era un fraude total. El duplex se vendía como amplio y cómodo para 15 personas, pero en realidad se asemejaba más a una pocilga que a una casa de veraneo. Y como si fuera poco, a escasos metros de la parrilla compartida entre ambos “departamentos” se levantaba la casa de los “gordos heavies”, anfitriones del lugar.

Cuando elegimos quién dormía en cada lugar yo decidí hacer mi tarea más difícil eligiendo no vivir con él. Pero no significaba nada, ya que antes de que pueda ver el mar empezaron las bromas. Eran chistes infantiloides, pero que repetidos constantemente terminaban molestando. Con jodas, chicaneos y algún que otro golpe jocoso fui preparando el terreno para cuando llegara el momento justo. Y en la cuarta noche se dio la primera oportunidad.

En un pequeño boliche llamado Chiwawa, el susodicho estaba bailando con una chica y, con la ayuda de los demás del grupo armamos un complot para hacerlo quedar mal, como un pelotudo. Mientras él hablaba para poder robarle un beso, la mayoría de nosotros hicimos una ronda alrededor suyo y empezamos a cantarle que su “pretendiente” tenía ojo de vidrio. Al cabo de unos minutos, la muchacha se retiró ofendida y él quiso golpearme por primera vez. Esa mirada furiosa, con los ojos llenos de ira, aún me persigue. Pero en aquel momento, en vez de asustarme, esa actitud violenta que demostraba un rencor escondido me incentivó a seguir con mi desafío.

Una noche después, mientras estábamos haciendo la cola para entrar en un bar, logré que más de 50 personas cantaran bajo la lluvia ese alias que detestaba. Y apenas unas horas más tarde llegó la joda con la que conseguí mi cometido.

Simulando un malestar, él se había ido más temprano a dormir a la casa. Y cuando nosotros llegamos se presentó la chance más clara para volverlo loco. Una banqueta se convirtió en mi aliada principal, adaptándose a mis manos como si fuera una extensión de mis extremidades y golpeando el piso de su dormitorio vehementemente. Primero fueron golpes suaves, sin respuesta. Luego comenzaron los choques más fuertes, que le sacaron algún grito. Y cuando el estrépito era tan estruendoso que despertó a la familia de los obesos, el odio que ahora puedo ver estalló. Con el gesto desencajado bajó la escalera a los saltos y preguntó qué estaba pasando. Cuando le contesté que el ruido lo hacía una polilla gigante recibí otra vez la mirada que me persigue en mis pesadillas. Ese mismo día sacó el pasaje de vuelta y la mañana siguiente se fue. Nunca más lo volvimos a ver ni supimos nada de él hasta quince años más tarde.

Cuando nos recibimos todos, con los chicos del grupo decidimos invertir juntos en un proyecto y compramos el Club Chacabuco, al que llamamos “El Trébol”. Leandro, Rodrigo y Lucas se encargaron de la administración, Nicolás y Patricio dirigían los equipos, Facundo buscaba los nuevos talentos, tu abuelo ayudaba con la difusión del emprendimiento, Vita y Juan Cruz ocuparon los cargos de presidente y vice, Pablo y Leo tomaron la rienda de los asuntos legales, Fer conseguía todo lo que necesitábamos para el restaurante y yo era el médico y el chef. En dos años, triplicamos el número de socios, quintuplicamos los ingresos, marcamos precedente en los clubes barriales vendiendo varios jugadores a equipos de primera, conseguimos varios torneos infantiles y salimos en diarios y revistas. Y justamente fue la disfusión lo que nos terminó hundiendo.

Un día después de una gran nota en televisión fue cuando volvió a aparecer este personaje. Llamó al club a la noche y dejó un mensaje con una voz que todavía me causa escalofríos. “Fueron largas las horas de espera, pero hoy empieza mi venganza. Ustedes arruinaron mi vida, yo arruinaré la suya”. Nos tomamos la llamada como una broma pesada, pero en nuestro interior nos preocupó. Nunca nos imaginamos que esa noche una bomba haría volar al club y con él a todos nuestros emprendimientos futuros.

Con el correr del tiempo, esa amenaza teléfonica se multiplicó en cantidad y tomó un nuevo formato. Durante tres décadas, todos los lunes llegaba a cada una de nuestras casas una nueva advertencia. Primero vaticinaban una venganza, luego nos intimidaba a que no nos juntemos más y, cuando empezamos a investigar qué era de la vida de ese personaje que había compartido las vacaciones con nosotros, aparecieron escritos que decían que si lo seguíamos buscando ibamos a morir. Y siempre eran las mismas cartas, escritas con letras de diario y firmadas con el dibujo de una polilla gigante.

Al principio nos preocupamos, pero después dejamos de tomarlo en serio y responsabilizamos a un escape de gas de la explosión del club y a un enfermo fanático de las cartas. Nuestros sentimientos no nos permitían ver la realidad, estabamos cegados por el cariño mutuo que nos teníamos y no nos queríamos dejar de ver. Recién cuando tu abuelo apareció muerto con la firma de él como prólogo yo sentí, por dentro, la pulsión de la maldad. Un cosquilleo vil me recorrió por las piernas, la columna y la cabeza al mismo tiempo, como una santísima trinidad diabólica. A la distancia creo que la maldad ya me había invadido en esas vacaciones, pero cuando cerramos el cajón de tu abuelo supe que esa maldad ya tenia otro dueño. Y si nos seguíamos reuniendo, ese dueño nos iba a encontrar…Ya sabés la historia, pero ahora no me pidas el nombre del asesino de tu abuelo. Podés poner en peligro tu vida y la de todos nosotros…

Cuando Mariano termina de hablar, las horas ya no pasan de prisa entre el humo y la risa. Mientras el sol fatigado se dedica a manchar los múltiples tonos del cerro 7 colores, el tenso ambiente que sigue a la charla domina el anaranjado atardecer. Durante varios minutos, el anciano se mantiene con la mirada baja, meditando sobre lo que le dijo a Gonzalo. Ya no hay vuelta atrás: el deberá volver a Capital después de diez años de exilio. La Comunidad se tendrá que reunir otra vez.

--------------------------------------------------------------------------------------

En el oscuro sótano un pútrido olor contamina cada gota de aire. Se respira venganza, se respira sangre, se respira muerte. Una pequeña luz ilumina tenuemente el ambiente, dejando ver dos manos totalmente ensangrentadas. Con precaución, el anciano se acerca a la jaula de su mascota y sumerge sus manos entre los barrotes de metal. El insecto gigante, que adquirió tal tamaño luego de ser intervenido genéticamente, succiona las gotas del flujo humano hasta dejarlas lustradas.

En el interior del cuarto el silencio se erige como único rey, pero desde afuera empiezan a escucharse pequeñas gotas que juguetean con la vereda. Un relámpago se filtra por la única ventana de la habitación e ilumina una sonrisa maligna. Mientras el ojo de vidrio del anciano se mantiene fijo en la nada, un segundo trueno alumbra nuevamente el cuarto, mostrando las paredes escritas con sangre. Entre renegridos y olvidados objetos torturados por el tiempo inmisericorde se lee siempre la misma palabra: “Totonoto”.

Los años en el instituto psiquiátrico y la sed de represalias lo convirtieron en un psicópata y recién ahora vuelve a disfrutar de la venganza que empezó diez años atrás. La búsqueda trunca de Gonzalo y el fallo de la paloma mensajera le dieron una nueva razón para seguir con su guerra personal. Y esta noche, la revancha se cobró la segunda víctima de la Comunidad.

lunes, 28 de mayo de 2007

Del cabaret al Norte argentino

Mientras los brazos hacían un esfuerzo sobrehumano para llegar a cubrir la cabeza y sesgar el golpe contra el piso, el sol derramó sobre Gonzalo sus intensos rayos. Sin pedir permiso, la luz brillante bañó su rostro con un reflejo enceguecedor y el joven quedó encandilado. Con las pocas fuerzas que le quedaban, abrió los ojos y la luminiscencia le lastimó las retinas. Pero aún así pudo distinguir desde el piso a un extraño anciano que se estaba bajando de un auto. Los iris celestes del viejo denotaban alguna perversión y su larga melena rubia no brillaba por la cantidad de partículas de polvo que había entre cada uno de los pelos. El hombre pasó junto a Gonzalo sin mutarse, cruzó una mirada desinteresada con los guardias y entró al set de filmación de Clooney Producciones.

Ahora que todos los cuentos parecen el cuento de nunca empezar, Gonzalo repasa cada uno de esos momentos tratando de recordar quién es el personaje. Ese pérfido rostro le resulta conocido y no está dispuesto a pegar ninguno de sus lastimados ojos hasta descubrir quién es el anciano. Cansado de luchar con sus fantasmas internos, se incorpora y empieza a revisar entre las fotos que eran del abuelo. En un viejo álbum de un viaje a Entre Ríos, esa singular cara se vuelve a repetir. Apresurado, Gonzalo busca entre los mails que recuperó de la casilla de su abuelo el nombre de ese amigo: Pablo Ussia. Con premura entra en el buscador Google, que tan bien sabe utilizar, y horas más tarde ya se encuentra frente al lugar donde seguramente encontrará a Pablo, el cabaret Jenny’s.

Luego de recibirse de abogado y ganar algún que otro juicio, Ussia juntó plata, se inclinó por el negocio que siempre le interesó y abrió su propio piringundín. Hoy, 35 años más tarde, la cadena de cabarets Jenny’s tiene renombre internacional y turistas de todo el mundo vienen a la Argentina para conocer a las chicas, que el dueño selecciona personalmente. Con timidez, Gonzalo entra en el gigante de cemento con luces fluorescentes y varias cenicientas de saldo y esquina se acercan a él. Gonzalo está en el baile y decide bailar.

Luego de una observación general elige a una morocha que minutos antes salió de la oficina del jefe. Tras un jugueteo inicial de unos minutos y media hora de sexo desenfrenado, Gonzalo siente que ya está en confianza con la profesional de la noche y decide preguntarle por Ussia. Un gran error: la mujer ensaya una respuesta inventada, dispara una excusa sin sentido y deja al joven sólo en el cuarto. Segundos después, dos patovicas entran violentamente a la habitación, seguidos por Ussia.

- Pendejo, yo no voy a ser tan gentil como Vitale ni mis patovicas son travestis. Me enteré que estás preguntando por la muerte de tu abuelo, mejor dejá de averiguar. La investigación periodística murió cuando enterraron a Enrique Sdrech, ese viejo que era ídolo de Ariel. No intentes hacer nada, te lo digo por tu bien.

Apenas termina la frase, Ussia deja la habitación y el puño de uno de los guardias se estrella con fuerza en el cuerpo de Gonzalo. El golpe se hace sentir en el pecho y el aire sale violentamente de sus pulmones con unas gotas de sangre. Cuatro manos, cuatro botas y dos palos se encargan de darle una golpiza aleccionadora durante varios minutos. Después, es arrojado inconsciente en los restos de la cancha de atletismo de Parque Chacabuco. Parece ser que la investigación que empezó siendo un pasatiempo se está complicando.

--------------------------------------------------------------------------------------

Horas más tarde, un grupo de chicos encuentra el cuerpo de Gonzalo y una ambulancia del SAMEes la encargada de llevarlo al Sanatorio Mitre. La golpiza le vale una semana de reposo absoluto, cuatro puntos en la espalda y un yeso en la mano, pero las consecuencias de las heridas, que podrían haber llegado a ser muy graves, se hacen leves gracias a la cálida atención de una rubia doctora entrada en años que que conocía bien a su abuelo y sus amigos y le brinda un cuidado personalizado.

Luego de inventar un robo ante la familia para ocultar su visita al cabaret y lo que está averiguando, Micaela se responsabiliza por el estado de Gonzalo: desde que su hijo presenció la cremación de su abuelo está muy raro y para que pueda superar semejante golpe decide regalarle un viaje al Norte. La falta de datos, las preguntas sin respuestas y el dolor de los golpes generan en la cabeza de Gonzalo un mar de dudas. La historia oculta detrás de la muerte de su abuelo no lo deja dormir, pero la memoria de cada trompada, cada patada y cada palazo que recibió lo obligan a descansar. El joven va a hacer turismo al borde del abismo y la decisión de seguir o no con su búsqueda llegará en Jujuy mirando los distintos tonos del Cerro Siete Colores.

--------------------------------------------------------------------------------------

Como si fuera un recorrido que tiene al cielo como última estación, las localidades más atractivas del Norte argentino ascienden desde la capital de Jujuy hacia el ártico de forma rápida y vistosa, dejando atrás los colchones de nubes que cubren a los valles. Pero mientras los metros sobre el nivel del mar aumentan y dan a conocer nuevos pueblos, el tiempo retrocede hasta la época prehispánica, cuando los aborígenes autóctonos que hoy reciben a los turistas llegaron a esas alturas para no irse jamás. Bajo la mirada de multicromáticas montañas, Gonzalo recorre las estrechas calles de tierra de Tilcara, disfrutando cada puesto de la feria de artesanos. Entre esos hombres y mujeres de tez oscura la gran atracción es un artesano blanco que hace trenzas con la ayuda de sus dos hijos orientales. Parado, el anciano no llega a 1,60 m y su cara de “gnomo lindo” se ve resaltada por las rubias trenzas que le cuelgan de su escasa cabellera.

En ciertas ocasiones, alejarse de las cosas es la mejor solución para poder crecer, porque la distancia sirve para valorar, analizar y reveer el pasado en vistas del presente y el futuro. En esta oportunidad, Gonzalo tuvo que alejarse miles de kilómetros de la tumba de su abuelo para encontrar otra punta a un ovillo que parecía imposible de desenredar. Cuando ese artista con pera prominente se da vuelta a tomar el vaso de Fernet que tenía sobre una piedra, Gonzalo ve en su pierna esa imagen que no hace semanas no lo deja descansar: el trébol de cuatro hojas con el sello chino dentro. Sin saberlo, encontró a Mariano Mola, el integrante de la Comunidad que se autodesterró después de la muerte de su abuelo.

Una petaca de Branca y un pequeño bonsai sirven para que Gonzalo y Mariano entablen una amistosa conversación. Merendando porros, el joven olvida que puede averiguar algunas cosas con el anciano y las horas pasan deprisa entre el humo y la risa. Pero el ambiente afable se corta como con un cuchillo cuando Gonzalo dispara al pasar que su abuelo se llamaba Ariel y tenía un tatuaje similar al del hippie. Los recuerdos de momentos compartidos levantan una barrera entre ambos que dura varios minutos y recién se rompe cuando Mariano alza la mirada y deja ver unos ojos rojos con una fina capa de lágrimas. Sin dejar que Gonzalo hable, Mariano dice:

- Yo sabía que este momento iba a llegar tarde o temprano. Cuando murió tu abuelo me aislé en una montaña de acá porque me sentí culpable de eso y la posterior separación del grupo. Todavía no sé si estoy preparado para hablar, pero si hay alguien que se merece saber la verdad sos vos. Vos no te acordás de mí, pero yo te voy a contar la historia de la persona que nos persigue.


"Las mejores cosas llegan cuando uno menos lo espera". La filosofía de la calle no erra y en el preciso momento que Gonzalo pensaba abandonar la búsqueda de la verdad, la verdad lo encuentra a él.

lunes, 21 de mayo de 2007

Dos sorpresas y una cotorra muerta

Después de la entrevista con Leandro, las certezas siguen escaseando y las dudas se visten de negro opacando todos los pensamientos de Gonzalo. Sólo sabe que hay otro cofre como el de su abuelo porque vio uno igual en medio del desorden de la casa del anciano, pero la intuición periodística que heredó le dice que todos los integrantes tienen uno similar. Preguntas sin respuestas, acertijos sin solución y enigmas sin dictamen. Con la vista disipada en las alturas de su oscura habitación, Gonzalo se pierde en la humedad del techo, que dibuja extrañas figuras formando un rompecabezas. El sabe que allí no encontrará las piezas que le faltan para armar el suyo, pero no advierte como debe seguir. Con tranquilidad, toma lápiz y papel y esparce sobre la mesa un montón de palabras gastadas sobre los pequeños avances de su investigación.

Cuando era más chico, su abuelo siempre lo hacía jugar a la búsqueda del tesoro y para encontrar el premio final le había enseñado a analizar todas las pistas que tenía. Pero en esta oportunidad, la delgada línea roja que separa el juego de la realidad se está desdibujando y él no sabe si angustiarse o disfrutar. Ahora la gran recompensa es descubrir una parte secreta de la vida del héroe de su infancia. La frase “Carpe Diem”, que tantas veces había escuchado de la boca de Ariel, vuelve a retumbar en sus oídos como un signo de exclamación y Gonzalo se puede concentrar nuevamente en ese mundo de fantasía tan real para buscar la verdad.

Con letra incomprensible y desprolija escribe en una hoja todo la información que tiene. Sabe que detrás de la muerte de su abuelo hay algo oculto y allí aparacen sus ancianos amigos, que esos amigos se dejaron de juntar cotidianamente por peligro a alguien, que ese alguien amenaza a los integrantes de la comunidad y que esos integrantes fueron los que despositaron el cofre en el ataúd de su abuelo, cofre que seguramente tengan todos esos integrantes. El círculo vicioso empieza y termina con los mismos nombres y antes de seguir averiguando, Gonzalo decide volver a lo de Vitale, que le pareció el más indicado para ayudarlo a desenredar el ovillo de esta historia.

--------------------------------------------------------------------------------------

En el estudio principal de Clooney Producciones las luces pintan su labios de neón dejando distintos matices en todo el ambiente. El pequeño punto rojo sobre las cámaras indican que la escena de “Los ingenieros de la cama redonda” está en pleno desarrollo y Gonzalo puede vislumbrar a la gorda Lola entre los faroles de iluminación. Al acercarse, el joven distingue en el acompañante de la actriz porno una larga melena blanca que le parece conocida. Y cuando la hija del director de la productora lanza un gemido de placer que enmudece todos los rincones del estudio, Gonzalo ve en el reflejo del espejo una imagen familiar: el anciano que había visitado en la verdulería no era otro que “Manguera”, la máxima estrella porno internacional de las últimas décadas, que a los 70 años le seguía haciendo honor a su apodo. La duda sobre la subsistencia de Rodrigo en la verdulería ya se disipó.

Cuando la escena termina, el actor toma la cerveza que había junto a la cámara y se retira a su camarín privado sin saludar a nadie. Gonzalo pide hablar con él, pero los travestis de seguridad que lo habían echado la oportunidad anterior franquean la entrada y decide ir directamente al encuentro de Vitale. Sin golpear la puerta ni hacer eco de su llegada, abre el camarín del productor ingeniero y se encuentra con otra extraña imagen. Con un cigarrillo en la boca y un vaso de Frizee en la mano, Vitale está disfrutando como una “anciana” lo apantalla. Al verlo entrar, el septoagenario trata de correr con cuidado al transformista, pero en el intento el travesti se da vuelta y deja ver las facciones de su cara de muñeco. Gonzalo se lleva la segunda gran sorpresa del día y descubre que ese rostro que le había resultado conocido la vez anterior es de otro viejo amigo de su abuelo: Patricio. Por lo que tenía entendido de los comentarios en la familia, Rodríguez era gerente de una exitosa fábrica de aceros. Pero la realidad le vuelve a decir que las apariencias engañan y parece ser que Rodrigo no era el único que ocultaba su doble personalidad.

- Augier, si querés andá. Después te llamo para juntarnos –le dice Vita a su amigo, que se va lanzando una furiosa mirada a Gonzalo. –Ahora pibe, decime que hacés acá de nuevo.

- Disculpe señor, pero estoy averiguando que le pasó al abuelo y ya sé que no murió accidentalmente. Hablé con varios integrantes de la comunidad y me dijeron que alguien lo mató, vine para saber qué es lo que verdaderamente le pasó aquella tarde en la pradera. Y también quiero que me muestres el cofre que tienen todos –miente con seguridad Gonzalo, sin dejar lugar a dudas.

- Ehhh…. No quiero hablar más de esto. Sólo te digo que sí, que tenemos un enemigo y que creemos que tu abuelo no murió en un accidente. Ese enemigo lo mató cuando empezó a investigar la razón del fracaso de los exitosos proyectos de la comunidad, pero ahora no queremos más muertos, por favor cuidate. Por el cariño que le teníamos a tu abuelo no queremos que te pase nada y si te encuentra a vos no va a dudar en seguir con su venganza…Nunca voy a entender cómo esa simple joda lo pudo marcar tanto.–comenta el productor, con los ojos llenos de lágrimas.- Ahora, no te voy a maltratar ni nada, pero la seguridad te va a sacar y de ahora en más te prohibo la entrada.

Con los ojos irradiando rabia, Gonzalo trata de abalanzarse sobre Vitale, pero antes de llegar a su esbelta figura dos travestis lo toman sutilmente de la ropa y lo arrastran hacia afuera. Antes de que se cierre la entrada del camarín, el productor lo mira con preocupación. Segundos después, saca su celular y envía un mensaje codificado a tres integrantes de la comunidad. “En el lugar de siempre, a la hora de siempre”. Parte de la cofradía del Trébol se reunirá.

El ovillo se está enroscando peligrosamente otra vez.

----------------------------------------------------------------------------

La sucia y desprolija imagen de la cotorra infectada de Leandro pronosticaba que el ave no podría llegar a la casa de Ariel, su primer destino. Desde que en 2019 los teléfonos móviles remplazaron a las líneas fijas, Bisso no se pudo adaptar y adoptó al pájaro que le habían regalado como canal de comunicación. Y aunque su amigo había muerto hace más de diez años, el despistado anciano olvidó cambiar la ruta de viaje del pájaro, que siempre empezaba la recorrida mensajera por allí

En contra de las especlaciones del fracaso de su misión, el pequeño pájaro esquiva con un vuelo dispar y desorganizado las grises nubes de contaminación de Buenos Aires y logra llegar a la vieja morada de Parque Chacabuco. La filosofía de la calle dice que la inteligencia no es una característica habitual en esta especie y la paloma mensajera lo rectifica cuando deja el mensaje cerca de la ventana y se queda descansando ahí, a pocos centímetros del piso.

Un auto gris con vidrios polarizados que estaba estacionado frente a la casa se abre y de allí se baja una extraña figura con sobretodo negro. Sin dudarlo, el anciano que pasa sus días haciendo guardia en esa esquina se aproxima mansamente hasta la cotorra y la pisa disimuladamente, hasta separar los huesos de las plumas. Luego de que un hilo de sangre ensucie la vereda y un chillido lastimoso anuncie la muerte del animal, el hombre se agacha y toma el pequeño rollo de papel que había en el marco del tragaluz. “Nos tenemos que volver a juntar”.

A metros, cuadras y kilómetros de allí, un escalofrío recorre la espalda de los integrantes de la Comunidad. El peligro se está acercando de a poco y se hace notar.

lunes, 14 de mayo de 2007

Un contador nómade y otro cofre misterioso

En la oscura noche las gotas de lluvia golpean tímidamente el vidrio de la ventana, como si estuvieran pidiendo permiso para entrar en la casa. Gonzalo las ve, pero no las escucha. Con la mirada perdida en las partículas de agua, empaña el cristal rítmicamente, desdibujando el tenue reflejo de una luna escondida. El pasado volvió y él no lo esperaba.

Tras la muerte de su abuelo, los primeros tiempos fueron muy difíciles. Los días grises pasaban ante sus ojos sin pena ni gloria, la vida seguía como siguen las cosas que no tienen sentido. Pero aquel ánimo, aquel optimismo que el nono le había tatuado en cada conversación salió a flote y lo puso de pie para poder disfrutar de la vida. Ahora, diez años después, el duelo está superado y esa figura masculina que dominó su infancia se convirtió en el mejor de los recuerdos. Es por eso que no concibe que esa remota silueta haya vuelto a aparecer disfrazada de objetos tan cercanos físicamente y tan lejanos temporalmente.

Un trozo de tela que su imaginación catalogó como aspirante de mapa, una deslucida camiseta de Jamaica con el número tres que lleva los olores de tantos partidos ganados y perdidos, firmas que manifiestan amistad, viejas cartas de amor con las letras corridas por alguna gota salada que desnudan el alma siempre joven de su abuelo y esa imagen que vio como figurita repetida tantas veces y no se pude sacar de la cabeza. Ese tatuaje que ahora tiene un significado, pero que no resuelve el enigma de la comunidad.

Mientras sigue intentando descifrar la adivinanza del anciano verdulero Rodrigo, cada cosa revuela su mente sin dejarlo concentrar.

Si un ciego viviera allí, sería el mayor de los colmos. Encuentra la respuesta y encontrarás su casa”. Gonzalo trata de encontrar la respuesta en todos lados. Mientras camina por la calle, mientras espera el ascensor, mientras viaja en colectivo y mientras cena. Pero siempre que se acerca, la solución retrocede un paso. Sólo en su habitación, y peleado con su cerebro por haberle jugado una mala pasada, decide buscar ayuda en la computadora. Las páginas de enigmas se multiplican en el monitor plano, pero el dato que necesita siempre responde con un quiebre de cintura, dejándolo con las manos vacías. Los acertijos no son su fuerte y decide tomar el papel de periodista investigador, que le sale mucho mejor. Navega por bases de datos, aplicaciones informáticas internacionales, plataformas de ayuda y demás. Agotado, opta por buscar en Páginas Amarillas las direcciones de los demás integrantes de esa comunidad secreta para ir a visitarlos.

“Persevera y triunfarás”, había escuchado de su abuelo varias veces. Y luego de clickear el primer nombre, esa misma frase le ilumina la mirada: la respuesta al enigma de los ciegos está delante de sus ojos. Leandro Bisso, un viejo amigo del abuelo, vive en Juan B. Justo al 900 en el 9ºB. Con una sonrisa en la cara, Gonzalo se va a dormir hasta el día siguiente.

--------------------------------------------------------------------------------------

Una tétrica melodía domina el ambiente del oscuro gabinete. En la cara del siniestro anciano sigue dibujada una odiosa sonrisa, que se transforma cuando su gran mascota entra en la habitación.

- Venganza, lo único que quiero es venganza. Van a revivir en carne propia esos momentos que me hicieron pasar y vos, que sos casi tan protagonista como yo, me vas a ayudar –le susurra el sombrío personaje a su mascota.

--------------------------------------------------------------------------------------

Una aparatosa lámpara, con telas de araña en cada recoveco, cuelga del techo en mitad de la sala. El suelo de cerámica pulida casi no se puede ver por las bolsas de residuos y las mudas de ropa tiradas en el piso. Aunque se mantiene cubierta por una cortina amarilla, la ventana principal del cuarto está rota y los cristales esparcidos por el suelo en los alrededores. Una mirada detallada de las paredes revela huecos donde la suciedad es más ligera, como si se hubieran retirado cuadros de la pared. Varias sillas se alinean contra las paredes marcando un camino en medio de tanta basura, mientras que en la punta de la mesa de madera Leandro hace cálculos para su trabajo escuchando a Joaquín Sabina, un espléndido cantautor español de principios de siglo. Ser dueño de un exitoso estudio contable no es tarea fácil y Leandro pasa sus días yendo de la oficina a la casa de su mujer con la que tiene hijos y nietos, pero aún dice que no es su novia. Al igual que en toda su vida, se sigue cansando rápidamente de todas las cosas y el departamento ya lo aburrió, por lo que se está por mudar otra vez. Como de costumbre, no llegó a ordenar todas sus cosas. En cada mudanza que hizo perdió muchísimos objetos, y seguramente esta vez no va a ser la excepción.

Cuando suena el timbre, el anciano lanza un insulto, va hasta el portero automático y aprieta el botón, sin preguntar quién es. Y como nunca le gustó hacer mucho ejercicio, deja la puerta abierta para no tener que pararse otra vez.

Al entrar Gonzalo, Leandro lo mira con el cejo fruncido. El joven, que queda sorprendido por el tamaño de la nariz del anciano, lo observa estupefacto, hasta que puede reconocer entre una tullida barba desprolija y un enmarañado pelo una cara casi humana.

- ¿Vos quién sos pibe?

- ¿No me reconocés?

- No la verdad que no, sino te lo diría. ¿Quién sos?

- Otra vez con problemas de memoria, no me va a servir de nada –dice Gonzalo en un susurro y luego contesta en voz alta.- Soy el nieto de Ariel, Gonzalo.

- Ariel, Ariel…Ese nombre me suena…

- Si, tu amigo.

- Ah…panza…Si como no me voy a acordar, buen flaco. ¿Cómo anda?

- Ehh…se murió hace diez años.

- Uhh…es verdad…Ya me acuerdo. Hasta fui al funeral, a poner el cofre en el baúl…

- Cómo? Justo de eso te iba a hablar… ¿Fueron ustedes los que pusieron ahí el cofre?

Desde su adolescencia Leandro siempre tuvo serios problemas de memoria y ahora le vuelven a jugar una mala pasada. Apenas termina la pregunta Gonzalo, el anciano nota su error y trata de corregirse, pero empieza a tartamudear porque se pone nervioso y no puede acabar ni la frase. Gonzalo le pide que se tranquilice y luego de servirse un Fernet, Leandro empieza a hablar nuevamente, con la mirada perdida en la ventana rota.

- Ya hubo demasiado quilombo con eso…Yo me abro. Pese a nuestros consejos, tu abuelo hizo las cosas mal un montón de veces. Y cuando empezó a investigar de nuevo le dijimos que se estaba equivocando. Te repito lo mismo, no investigues nada.

- Pero qué pasó?

- Nada, unos años después de tatuarnos hicimos un montón de proyectos juntos y nos fue muy bien. Pero ni me preguntes cuáles eran porque mi arterosclerosis no me permite recordarlos.

- Dale, tratá por favor.

- Ehh…n…n…n….no, t…t…te juro que no me acuerdo –tartamudea Leandro, que se pone nervioso de nuevo y le pide a Gonzalo que se vaya que tiene que preparar las cosas para mudarse.

Luego de una queja de compromiso, Gonzalo lo saluda, le agradece y se va de la casa con alegría. En medio de tanto desorden pudo visualizar un pequeño cofre similar al que cayó del cajón de su abuelo. Al menos ya sabe que ellos lo pusieron ahí y que hay uno más. El ovillo está mostrando otra punta.

Apenas el joven cierra la puerta, Leandro se para y va hasta la ventana rota. En una pequeña jaula colgada en la pared exterior hay una cotorra, que no puede vivir dentro de la casa porque está infectada. Con los celulares Leandro todavía no se lleva bien y decide utilizar a su pájaro amaestrado para volver a comunicarse con sus amigos. Con cautela, toma al ave y le pone un papel que dice “Nos tenemos que volver a juntar”. Luego, la suelta y grita con fuerza: “Volad, mi pequeña”. El reencuentro de la Comunidad parece acercarse.

lunes, 7 de mayo de 2007

Cambios de ánimo, abogados y acertijos

Hay días en que la almohada se convierte en mejor amiga, el acolchado en protector y uno se encierra bajo el manto cubrecama para tratar de entenderse y entender. Después de la charla con el productor Vitale, Gonzalo se encuentra inmerso en esa situación. Cual si fueran moscas alrededor de un cadáver, las ideas y las dudas revolotean por su cabeza sin dejarlo descansar. Tiene la seguridad de que debe hablar con el Tío Fer, pero el pequeño anciano es muy caprichoso y Gonzalo sabe que si se empacó, no podrá sacarle una palabra más de las que ya escuchó.

Desde que pudo abrir ese maldito cofre que lo llenó de incertidumbre, pero a su vez lo hizo sentir vivo en medio de un doloroso duelo, Gonzalo deja a su habitación bajo llave y Micaela no puede entrar. El dormitorio está plagado de materia en descomposición: una taza que deja ver un fondo negro por un café ya coagulado, ropa tirada por todos lados y un pedazo de pan con pelitos verdes que decora un viejo plato de porcelana.

Alguna vez, a Gonzalo le escupieron que era un rinconero ideal, sentado en un rincón viendo la vida pasar. Pero en vez de deprimirse, el temor a esa frase es lo que lo levanta y la idea de visitar al Tío le gana la pulseada a la incertidumbre. Con un dejo de esperanza en su rostro, seca las lágrimas que le estaba dedicando a su abuelo y a su propia incompetencia, toma de un anaquel de su armario la última muda de ropa que le queda limpia y se va dejando la puerta abierta, para que su madre pueda acondicionar su cuarto de una vez por todas.

Al pisar la vereda, una suave brisa acaricia su cara y él se siente vivo nuevamente. La voluntad de no dejarse vencer le infla el pecho y desde el cielo alguien parece regalarle un rayo de sol que ilumina su andar. “La vida te va a golpear, pero el sabor está en poder levantar”. Las palabras que su abuelo le dijo tantas veces suenan como martillos dentro de sus oídos y una sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios.

Aunque deambula por las calles de Parque Chacabuco sumergido en sus pensamientos, después de algunos minutos Gonzalo nota que un viejo auto lo está persiguiendo desde que salió de su casa y decide seguir en contramano por Bolocco, ex Curapaligüe, para perder al anciano que lo acecha. Curiosamente, cuando el misterioso conductor percibe que no puede seguir, dobla por la Avenida Eva Perón para el lado del centro, acelera y deja un manto de indiferencia dentro de la nube de biocombustible.

Con preocupación por el extraño suceso, Gonzalo llega a la puerta de la mega empresa de su tío y se encuentra con Leonardo, que estaba saliendo a almorzar. A diferencia de su hermano, el abogado de ““Covelli – Guzzini” lleva sus 72 años con helada formalidad: las sienes plateadas por el paso del tiempo, el traje hecho a medida por uno de los mejores sastres de la ciudad y unos anteojos negros que esconden su mirada. Pero detrás de esa gélida imagen, el anciano mantiene su esencia intacta y percata el temor del joven, por lo que lo invita a almorzar en su local.

Desde que empezó una dieta varias décadas atrás, Leo se convirtió en “El Hombre Light” del grupo. Y después de analizar que gastaba la mayor parte de su sueldo en frutas y hortalizas decidió levantar su propia verdulería.

Luego de gozar de un suculento plato de repollo, ciboulette y tomate que Leo prepara en minutos, llegan las primeras preguntas comprometedoras de Gonzalo.

- Leo, estuve con uno de tus amigos, Vita. Él me dijo que en su grupo todos se hicieron un tatuaje, me comentó sobre una joda que hicieron de pendejos, de una venganza…y después me echó porque dijo que nos estaba poniendo en peligro. Yo creo que estaba medio borracho, pero no sé…

- Seguramente estaba borracho. Además, todavía se pone en pedo con media lata de cerveza. Así que imaginate que es lo más probable. Ahora yo me tengo que ir, ¿te quedás hasta que venga el empleado? –miente Leo, con mucha serenidad, mientras se quita la camisa para cambiársela y Gonzalo llega a ver el tatuaje en la espalda-.

- Yo me quedo, no hay drama. Pero antes contame que significa ese tatuaje que tenés también vos.

- No es nada nene, es una locura que hicimos cuando éramos pibes.

- Pero qué signficia…

- Es un trébol de cuatro hojas y el signo chino de la amistad. Simboliza la suerte de poder tener amigos como ellos –dice Leonardo, antes de saludar a Gonzalo y dejarlo sólo en el depósito de la verdulería.

Los segundos en soledad son contados, ya que a las 2 en punto llega el empleado, otro anciano con una impecable melena blanca que nace en un sucio gorro de San Lorenzo. Apenas se da vuelta, Gonzalo lo reconoce: era Rodrigo, otro amigo de su abuelo.

Con una inteligencia memorable, Granja había construído un imperio editorial que se desmoronó cuando la Policía lo detuvo porque sospechaban que era “El asesino de la bicicleta”, un psicópata que mataba a las prostitutas en el barrio de Flores. Misteriosamente, la falta de pruebas y los contactos de Leonardo ayudaron a que Rodrigo quede libre, pero con esa reputación encima la puerta del negocio de los libros se le cerró. Con la audacia típica de un abogado, Leonardo se aprovechó de la adicción de Rodrigo al tomate y se cobró el favor de sacarlo de la cárcel ofreciéndole trabajo. Desde hace varios años, el fanático del tomate abre el local a las 6 de la mañana y lo cierra a las 8 de la noche por 2 kilos de tomates diarios. Sin lugar a dudas, su principal fuente de dinero viene de un trabajo extra que sólo pocos conocen.

Luego del afectuoso saludo y comentarios al pasar sobre Ariel, Rodrigo rememora viejas épocas y abre una cerveza. Al segundo vaso, el anciano ya estaba entonado y Gonzalo descubre que Vitale no era el único débil. Tratando de aprovecharse de la situación le pregunta qué sabe sobre “La Comunidad del Trébol”. Un paso adelante, Rodrigo dice que no se acuerda de nada, pero le comenta que un amigo contador que siempre habla mucho tiene todos los datos.

Ante la sonrisa de satisfacción de Gonzalo, Granja muestra su extravagante gusto por los acertijos y aclara:

- Ah…pero yo no te puedo decir quién es. Yo te voy a pasar la dirección de la persona que te puede ayudar, pero para entenderla vas a tener que pensar mucho.

- No me molesta, te escucho – dice Gonzalo con entusiasmo.

- Bueno, es fácil. Si un ciego viviera allí, sería el mayor de los colmos. Encuentra la respuesta y encontrarás su casa.

Otra vez con más dudas que respuestas, Gonzalo deja la verdulería y se dirige a su casa pensando en el enigma. Pese a que todavía no pudo encontrar respuesta, este nuevo desafío lo hizo sentir vivo y, muy dentro suyo, sabe que se está desenredando la historia de su abuelo.

--------------------------------------------------------------------------------------

En un viejo gabinete con paredes de vidrio espejado, el siniestro personaje analiza cuidadosamente las fotos que tomó de Gonzalo y de cada lugar que el joven visitó. Desde que su computadora le avisó que alguien había entrado en la hackeada cuenta de Ariel, el rencoroso anciano avanzó más que en los últimos diez años. Los ojos le brillan con una malicia indescriptible que irradia el odio que lleva en las entrañas. Pero para entender el motivo de tal animadversión hay que retroceder muchos años hasta esa historia que aún hoy nos recuerda que llevamos la maldad dentro del cuerpo…

lunes, 30 de abril de 2007

De ingeniero a productor estrella

En el oscuro set de filmación de Clooney Producciones los aromas se entremezclan generando un ambiente casi hediondo. La fragancia de perfumes y cigarros baratos dificultan la respiración de camarógrafos y asistentes, tan concentrados en sus tareas que ignoran el vaho que entumece al lugar. Cuando entra Gonzalo, el rodaje de la tercera toma de una película se encuentra en pleno desarrollo y nadie nota su presencia. Erigida en el centro como una flamante oficina empresarial, la moderna concepción de la escenografía pretende huir de la lúgubre atmósfera que domina al estudio. Allí, un ingeniero mantiene con su secretaria una enérgica discusión sobre el futuro de la multinacional que dirige. Luego de un guiño del profesional, la voluminosa joven se sienta en el escritorio y con una cara que insinúa más que mil palabras despierta los instintos más salvajes de su superior, que no se puede contener y se abalanza con quietud sobre ella. Lentamente, jefe y sublevada se empiezan a besar. La ropa cae en el suelo con paciencia y luego de un jugueteo extenso los dos cuerpos se encuentran sobre el escritorio chocando rítmicamente.

Según el libreto original, esa escena de “Los ingenieros de la cama redonda” debía durar alrededor de 22 minutos, pero el novel actor que personifica al ejecutivo de la empresa no puede contener sus hormonas y en pocos segundos emite un gemido de placer que enmudece a todo el set. Cuando el anciano director se para de su silla, el guión vuela varios metros hasta colisionar en la frente del debutante. Antes de que el multimillonario dueño de la productora llegue adonde estaba el actor, la protagonista se interpone entre ambos.

- No le hagas nada Pa, este no sirve. Pagale y que se vaya.

Al instante, la voluptuosa mujer que hacía el papel de secretaria se retira hacia su camarín derrochando glamour. Al pasar junto a Gonzalo, las noches de codificado en su habitación aparecen como un grato recuerdo en la mente del joven, que reconoce a la hembra: era Lola, la actriz argentina que realzó el cine porno nacional llevándolo a competir con las películas de los estudios más importantes del mundo. Pese a estar cerca de los 40 años, la Gorda lleva su apodo con dignidad.

A metros de allí, Nicolás mira con odio al actor, pero escuchando el consejo de su hija saca de su bolsillo 200 Américos y le dice que se vaya. Luego se retira hacia su oficina, donde tres “secretarias”, esta vez reales, lo acompañan con dos abanicos en la mano cada una.

Gonzalo vacila unos instantes y decide que es el mejor momento para entrar. Golpea la puerta con sus nudillos y al instante escucha el grito del gordo Vita, que lo autoriza a pasar. Al ingresar en el despacho, la primera mirada se dirige a las paredes, que cobijan varios premios de Nicolás y su título de ingeniero con diploma de honor. Sus años de ingeniería le sirvieron para cosechar importantes contactos y llegar a construir con sus propias manos una de las productoras más importantes del país.

Gonzalo se detuvo en los cuadros, pero al bajar la vista se encuentra con una imagen surrealista: las supuestas secretarias son claramente travestis. Mientras dos apantallan al gordo, que está comiendo un sándwich, el tercer “hombre-mujer” hurga en su entrepierna. Cuando abre los ojos, Nicolás se encuentra con la imagen de Gonzalo. Aunque lo había visto varias veces cuando era más chico, el alcohol que lleva encima no permite que lo reconozca:

- ¿Vos sos el nuevo actor, pibe?

- No, Vita. Soy el nieto de Ariel. ¿No te acordás de mí?

El hecho de que lo haya llamado con el nombre “Vita” y que haya mencionado a su viejo amigo sorprende a Nicolás, que echa a los gritos a los travestis. Cuando el que estaba jugando en su entrepierna se da vuelta, Gonzalo descubre una bonita cara familiar, que ya había visto en otras oportunidades. Pero las / los tres se van tan rápido que no puede decir nada. Antes de que abra la boca, Vita se para y lo invita con una cerveza que tiene en un pequeño frigobar bajo el escritorio. El apodo de gordo heredado quedó en el pasado, y su torso al desnudo demuestra que las cirugías hicieron lo que las dietas no: Vita tiene una esbelta figura que rememora las mejores épocas del “Facha Clooney”, personaje que le dio nombre a su empresa.

- ¿Que hacés acá pibe? Desde lo de tu abuelo que no te veía…

- Si, ya sé. Vine porque la semana pasada cremamos el cuerpo del abuelo y encontré un cofre. Vine para preguntarte si vos…

- Callate nene. No había ningún cofre…Además, puede haber micrófonos – dice, bajando su voz hasta convertirla en un suave susurro.

- Sí, había. De eso estoy seguro porque lo tengo en casa. Hasta te puedo decir que en la tapa habla sobre una tal “Comunidad del Trébol”…

Los ojos de Vita se nublan y una fina capa de lágrimas lo transporta a aquellos buenos años de la juventud. Recuerda el momento en el que el abuelo de Gonzalo se hizo el tatuaje en la Galería Rivadavia, el video que hizo de ese momento y subió a You Tube, la cara roja a punto de explotar y se le escapa una risa que ahoga en el fondo del vaso. Sin contestar ni decir nada, se da vuelta para agarrar un habano y Gonzalo vuelve a ver el mismo tatuaje que ya había reconocido en el pequeño tío Fer. Nicolás intenta focalizar la vista en el joven, pero antes de poder hablar el otro vuelve a tomar la palabra.

- De ese tatuaje te hablo, de esa rara Comunidad. ¿Quién los perseguía? ¿Mi abuelo se murió o lo asesinaron?

Vita amaga a una respuesta, pero baja la vista y se tapa la cara con ambas manos. Ahora los recuerdos no lo llevan a un grato pasado y su ceño fruncido lo demuestra.

- Mirá nene…Nosotros nunca le hicimos mal a nadie, fue una joda de pendejos…No entendemos porque le floreció tanto odio. La comunidad existió y llegamos a hacer un montón de cosas todos juntos, pero una a una cada uno de esos proyectos fue desapareciendo por él. Por eso no nos podemos ver en cualquier lugar, por eso cuando murió tu abuelo entendimos el peligro y cada uno siguió por su camino. Por eso te tenés que ir…te lo pido bien.

- No, quiero que me digas algo. Con esto no me alcanza.

- Ya hablé demasiado nene, nos estás poniendo en peligro a todos. Andate ahora o llamo a seguridad.

- No me voy nada… ¿Te pensás que le voy a tener miedo a esos travestis disfrazados de patovicas?

- Vos ya te vas. Y ustedes chicas, no lo lastimen. Trátenlo muy bien que es nieto de un viejo amigo, pero sáquenlo afuera – dice Nicolás a tres muletonas de dos metros que entran en la oficina golpeando la puerta, lo agarran a Gonzalo y lo llevan hasta la puerta de entrada.

En la vereda de la productora, el sol enceguece a Gonzalo, que había acostumbrado a su vista a la oscuridad reinante dentro de esas oficinas. La entrevista no fue productiva, pero esos proyectos de los que habló Vitale pueden ser una buena punta para seguir desenrollando a la historia. La próxima parada será nuevamente en la Panadería del Tío.